Detrás de nuestras ganas de besar hay una razón evolutiva
¿Alguna vez has sentido repulsa ante la idea de dar besos con lengua?
Para explicar mejor la intención de esa pregunta, te vamos a plantear una analogía: ¿imaginas acercarte a un extraño en mitad de una fiesta y, después de intercambiar un par de sonrisas y otro par de frases, soltarle un «¿Me dejas usar tu cepillo de dientes, ahora?».
Nunca se te ocurriría hacer tal cosa, porque sabes que sonaría fatal. Y porque sabes que lo de usar el cepillo de dientes de otra persona es, objetivamente, una guarrada, una práctica poco higiénica y potencialmente insalubre. La idea de llevarse a la boca algo que ha estado hurgando en las simas de la boca de otro provoca gestos de asco seguro en el 90% de la población. ¿Pero acaso un beso profundo no es exactamente eso?
Saliva, caries, restos de comida, bacterias, flemas, heridas… Si lo piensas en frío, lo de meter tu lengua en la boca del otro es una práctica asquerosa. Entonces, ¿por qué lo hacemos?
¿Es simplemente un comportamiento social aprendido?
¿Nos mueve únicamente la búsqueda de placer sensual?
La respuesta a ambas preguntas es no.
Existe otra razón, más profunda. Una razón que llevamos grabada en nuestro ADN. Una razón evolutiva.
Los besos como olfato inmunológico
“Besar, como tocar u oler, es una acción conducida por las emociones que nos permite identificar a las parejas más compatibles y ventajosas desde el punto de vista evolutivo”, explica Fulvio D’Acquisto, profesor de inmunología de la Universidad de Roehampton, a The Independent.
Cuando habla de parejas más compatibles, D’Acquisto no se refiere a que puedan coincidir con nosotros en gustos, o en carácter, y mucho menos a que besen de una manera que nos guste. El doctor habla de procesos bioquímicos y compatibilidades genéticas.
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Otros animales recurren al olfato para obtener pistas sobre esa información. Pero los humanos somos malos con la nariz. Los besos, el chuparnos los labios, el retorcer las lenguas en un batido de salivas, es, en cierto sentido, un sustituto para un olfato atrofiado.
“Los humanos no tenemos habilidades olfativas fuertes. Besar nos permite oler y saborear a la otra persona y ver si tenemos reacciones inmunes”, explica Sarah Johns, experta en psicología evolutiva de la Universidad de Kent. “Nos solemos sentir más atraídos hacia alguien con una respuesta inmune diferente a la nuestra”, añade la doctora.
Johns habla de lo que en términos científicos se conoce como el complejo mayor de histocompatibilidad (CMH), una familia de genes que participan en la activación de procesos críticos para la generación de la respuesta inmunitaria. “El CMH es detectable a través del olor corporal, así que el besar y saborear a alguien nos da una cierta oportunidad de evaluar cómo de similares o diferentes somos de esa persona en términos bioquímicos”.
En resumen, desde una doble perspectiva evolutiva e inmunológica, a la hora de besar estaríamos buscando a potenciales compañeros que nos puedan proporcionar un set de genes que den lugar a respuestas inmunes diferentes a las nuestras. Y aunque no pensemos en eso, lo hacemos así porque eso significa que, puestos a procrear, la personita resultante tendría un sistema inmunológico más completo.
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Sin llegar a pensar en bebés, el beso funciona de manera parecida a un nivel individual. Cuando nos besamos, estamos intercambiando patógenos. “Esos microorganismos constituyen nuestra microbiota, nuestro mix de ‘bacterias amigas’ que nos definen como individuos únicos desde un punto de vista inmunológico”, explica D’Aquisto. “Enriquecer nuestra microbiota a través del besar puede servir para testear la habilidad de nuestra pareja para afrontar la amenaza de patógenos dañinos y así favorecer la propagación de la especie”.
Así que ya lo sabes. Esa aspiración evolutiva sería la que nos impulsa a dar besos con lengua, a pesar de lo asqueroso que eso pueda ser sobre el papel. Y sí, la temperatura sexual que acompaña a un buen beso también juega un rol aquí: existen estudios que muestran que la excitación sexual reduce los sentimientos de asco y repulsión.
La próxima vez que quieras comerle la boca a alguien, piensa en esto.
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