Helena Lloret ingresó en el hospital cinco días después de cumplir 20 años. Se levantó con la pierna completamente hinchada y entumecida. Apenas podía caminar. La sensación, cuenta, era de agarrotamiento. Previo a eso, Helena, que era y continúa siendo waterpolista profesional, había pasado tres meses experimentando síntomas raros en su cuerpo: cansancio, dolor de pecho… Hacía tres brazas de crol y estaba cansada. Subía escaleras y se paraba en cada escalón. En un torneo en Rusia tosió sangre en la piscina. Nadie lograba explicar qué le pasaba. No me duele nada, pero estoy cansada, decía. Le costaba respirar. No le acababan de creer los síntomas.
En junio ingresó. Cuando la pierna dijo que no podía más. No podía levantarse de la cama. Los médicos detectaron, entonces, que Helena había sufrido dos episodios trombóticos en la pierna, esto es, cuando se forma un coágulo de sangre en el interior de un vaso sanguíneo. Durante esos tres meses se había estado ahogando con embolias pulmonares sin que nadie se diera ni cuenta. Entonces, Helena no sabía que en los últimos seis meses las chicas que habían ingresado con su diagnóstico en el hospital no habían salido.
La pregunta del doctor:
— ¿Tomas anticonceptivas? Pues no vuelvas a tomar jamás
Lloret dejó de tomar las Belara para siempre. Me lo cuenta desde la otra línea del teléfono. Han pasado seis años y aún le siguen diciendo que tiene suerte de estar viva.
El efecto adverso que padeció Helena figura en los prospectos en todos los anticonceptivos hormonales que tomamos las mujeres: píldoras, aros, parches. El riesgo de tromboembolismo venoso (TEV) aparece asociado al uso de cualquier anticonceptivo hormonal combinado (AHC). Esta información es algo que, más o menos, maneja buena parte de la población. Aunque no siempre te lo advierten en consulta. La probabilidad de que ocurra es pequeña y rara, se estima que 1 entre 10.000, pero las consecuencias pueden ser mortales. Algunos anticonceptivos presentan más riesgo de tromboembólicos que otros. Un reciente estudio del British Medical Journal confirma, además, algunas hipótesis barajadas por los facultativos y es que las píldoras más nuevas, de tercera y cuarta generación, aumentarían el riesgo de trombosis.
Uno de los llamados métodos de tercera generación es el aro Nuvaring —comercializado en buena parte de los países desarrollados—. Al contrario que la pastilla, no requiere tanta disciplina a la hora de tomárselo. Se coloca un día y durante tres semanas te olvidas.
“Mi mensaje es claro: yo diría que si toman anticonceptivas, no fumen de ninguna manera. O si quieren seguir fumando, entonces tendrán que recurrir a anticonceptivos no hormonales” (Paola Beltrán, hematóloga)
Erika Langhart, una joven americana de 20 años, falleció a causo de un coágulo provocado por dicho aro. Su madre, Karen, relató la experiencia de su hija en una columna del The Guardian titulada El NuvaRing mató a mi hija y como tantas otras no tenía ni idea de los efectos secundarios:
“Una de las primeras cosas que preguntaron los médicos fue si Erika había estado usando anticonceptivos hormonales. Cuando descubrieron que estaba usando NuvaRing, lo eliminaron inmediatamente. El miércoles antes del Día de Acción de Gracias nos mostraron escáneres de sus pulmones, que estaban llenos de coágulos de sangre masivos. Nos dijeron que NuvaRing era la causa de las embolias pulmonares, ataques cardíacos y posterior edema cerebral irreversible. Murió ese día”, relataba en el texto. En honor a la memoria de hija, la familia creó la plataforma InformedChoiceForAmerika para visibilizar los riesgos de este tipo de anticonceptivas hormonales e informar de otros métodos alternativos para las jóvenes de todo el mundo.
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En Estados Unidos hay más de 4.000 demandas contra este fabricante por este motivo. Vanity Fair le dedicó un artículo preguntándose por qué sigue en el mercado algo tan potencialmente letal. Merck, la empresa fabricante, llegó a indemnizar a las familias con 100 millones de dólares aunque nunca reconoció haber cometido delito alguno. Los familiares, como la madre de Erika, solo reclamaban una cosa: más información sobre los riesgos.
La farmacéutica alemana Bayer también pagó 1.241 millones de euros para arreglar las casi 9.000 demandas presentadas en EEUU por los efectos secundarios de sus anticonceptivos orales como Yaz o Yasmin.
Hay plataformas alrededor del mundo denunciando este hecho. En Francia, en el año 2005, retiraron del mercado el polémico fármaco Diane 35 y todos sus genéricos al posiblemente estar involucrado en la muerte de, al menos, cuatro chicas jóvenes. En España el despacho de abogados Miguel Jara divulga información sobre los pleitos de otros países. Cuentan que reciben miles de peticiones y consultas de gente de toda España y Latinoamérica, pero que muchas mujeres no se atreven a denunciar por riesgo de perder el juicio y asumir los costes y porque no están organizadas.
“Estamos detectando, a nivel de estadística, que hay un repunte de trombosis en mujeres jóvenes y que no cumplen los factores de riesgo clásico como podría ser diabetes, obesidad o colesterol”, confirma la doctora Paola Beltrán, vocal de la Sección de Riesgo Vascular y Rehabilitación Cardiaca de la Sociedad Española de Cardiología (SEC). Se ha creado, incluso, un grupo de trabajo para poder estudiar estos datos. La facultativa tampoco quiere sonar alarmista, pero sí insta a la concienciación. Si se decide tomar anticonceptivas hormonales, hay que minimizar otros riesgos.
“Mi mensaje es claro: yo diría que si toman anticonceptivas, no fumen de ninguna manera. O si quieren seguir fumando, entonces tendrán que recurrir a anticonceptivos no hormonales”, lo dice tajante. Esto ya aparece en el prospecto y seguramente lo habrás leído en Internet. Pero la doctora Beltrán insiste: “A veces no nos lo tomamos en serio, ni pacientes ni médicos”.
No solo fumar incrementa riesgo de trombosis: también el sedentarismo, los viajos largos en coche o avión, la fase del embarazo o los postoperatorios.
Por otro lado, es un hecho que podemos ir a la farmacia y solicitar cualquier método anticonceptivo hormonal sin necesidad de pasar por consulta ni prescripción médica. Por lo tanto el supuesto examen al que se debe someter a la paciente antes de un proceso así es, en realidad, opcional.
Beltrán entiende que es complicado abordar esta parte: en primer lugar, porque hay que garantizar el acceso a todo el mundo a métodos de anticoncepción y “no poner barreras”. Sin embargo, esto contribuye inevitablemente a que nos lo tomemos con una mayor relajación.
Algunas y algunos podrán pensar que el porcentaje de riesgo real es tan pequeño que no vale la pena reparar en eso. Y que ningún fármaco o proceso sanitario está exento de posibles riesgos. Josep Ramis es forense y profesor asociado de medicina legal en la Universidad de Girona y, al igual que el resto de expertos consultados, prefiere no quitar hierro al asunto. “La trombosis en mujeres jóvenes que toman anticonceptivas hormonales es un hecho. Por supuesto, es improbable, pero a quien le toca representa su 100%”. Ramis insiste que, en medicina, las estadísticas juegan en contra y que, en todo caso, la proporción de 1 entre 10.000 es un dato considerable a tener en cuenta.
La madre de Erika expresó esta idea de forma parecida cuando falleció su hija a causa del Nuvaring.
“Mi hija no era ‘un porcentaje aceptable del factor de riesgo’, y tampoco lo es usted o su hija, esposa, madre o amiga. Erika fue nuestro 100%. No tiene sentido cuando hay disponibles anticonceptivos alternativos más seguros. Decir que estas drogas tienen ‘factores de riesgo aceptables’ es un insulto para las mujeres que han resultado heridas o que han muerto como resultado de esa aceptabilidad”.
A lo largo de su trayectoria, Ramis se ha encontrado un solo caso de este tipo. La joven veinteañera que falleció tenía la pierna completamente coagulada. No le supieron diagnosticar a tiempo. Tomaba la píldora para eliminar el acné.
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“Efectivamente existe un gran desconocimiento a nivel de la población general sobre el efecto que este tipo de tratamiento hormonal”, explica el hematólogo Jesús Alcaraz. Alcaraz reclama algo que los expertos y expertas consultadas para este artículo coinciden casi con unanimidad: “Necesitamos campañas de concienciación a usuarios a nivel de atención primaria, y por otro lado, cursos de reciclaje para los profesionales implicados”.
“Se sigue prescribiendo la píldora para regular la regla cuando habría que aclarar a las pacientes que la píldora no regula nada” (Enriqueta Barranco, ginecóloga)
Beltrán añade que muchas veces lo complicado es que ni los profesionales de salud, ni la propia paciente, se reconoce a sí misma como potencial paciente de riesgo. Tampoco detecta ni reconoce los síntomas. “En ese sentido, es fundamental la labor de los medios. Necesitamos informar a las mujeres para que así ellas puedan ser más asertivas a la hora de ir a consulta y explicar lo que les pasa o lo que sienten”. También valdría la pena registrar datos precisos sobre cómo afecta el uso de las anticonceptivas a las mujeres y los efectos secundarios adversos que se están produciendo.
Lloret, la joven que ingresó por dos trombos, se ha hecho todo tipo de muestras y estudios genéticos muy completos a lo largo de estos años y en ningún caso se ha encontrado una posible causa o explicación a los episodios trombóticos que ella sufrió. La explicación más plausible ahora mismo es que se los provocó la anticonceptiva. Ningún médico o especialista supo diagnosticarle antes del evento trombótico. Solo cuando le pasó, la orden fue clara: ¿Tomas la píldora? Pues no te la tomes más.
Otro problema es la desconexión con otras áreas. “Esto es todo un tema”, afirma Beltrán, quien también es hematóloga. Los expertos admiten que muchas veces el diagnóstico, en este tipo de casos, llega demasiado tarde. Y eso pasa, en parte, porque “no trabajamos transversalmente con otras especialidades cuando debería ser así. Nos pasa, por ejemplo, con ginecología”.
Enriqueta Barranco, ginecóloga e investigadora en el Instituto Universitario de Investigación de Estudios de la Mujeres y Género, agraga algo más: “El descrédito sistemático que se da a los efectos secundarios —dolor de cabeza, depresión, cambios de humor, reducción de la líbido, cambios de peso— de las mujeres y desde siempre. Se nos ha dicho que la píldora es tan buena que no puede producir ningún efecto. Pero eso es mentira”, añade. Hay poca información, dice, o “información deformada” por los intereses de las farmacéuticas. El resultado: miles de mujeres desinformadas.
Un ejemplo de la desinformación: “Se sigue prescribiendo píldora para regular la regla cuando habría que aclarar a las pacientes que la píldora no regula nada. Y que el sangrado que te llega con la píldora es una hemorragia por deprivación, pero no es la regla”. A Barranco aún le llegan pacientes diciendo que la regla “le ha cambiado” o “que la regla ya no le duele” o creyendo que “que ahora van como un reloj”.
Pero de lo que se olvidan es que ese sangrado es un sangrado simulado y, según algunas teorías médicas, “completamente innecesario”.
Resulta que ese sangrado simulado se lo inventó un católico devoto en la década de los 60 porque creía que sangrando una vez al mes nos sentiríamos menos “extrañas” y todo sería más “natural”. O sea, que aunque no tuviéramos la regla, tenía que parecerlo.
Este artículo de Broadly explica bien los orígenes patriarcales y de explotación que envuelven la invención de la píldora y la ocultación sistemática de todos sus efectos secundarios. También da varias pistas sobre por qué aún no está en el mercado la esperada píldora masculina (aunque ya existe). “Ni la habrá, al menos en los próximos 20 años”, zanja Barranco.
Cuando vas a la ginecóloga, existen muchas discrepancias, le cuento a Barranco. Hay algunas facultativas que minimizan completamente los riesgos. Hay otras que te hacen una visita de tres minutos y otras de 20. Hay algunas que te indican que descansar algunos periodos va bien y otras te aseguran que no es necesario. Le explico a Barranco que tengo amigas que toman —o han tomado la píldora— para el acné, para regular la regla o para la endometriosis. Probablemente conozco a más mujeres que la toman por esos motivo que para la anticoncepción en si. Barranco lo dice sin ambivalencias: “Es un verdadero disparate, es muy grave”.
“Lo de regular, para empezar, es un concepto algo equivocado, porque inserta a todas las mujeres en un concepto de normalidad que en la fisiología no existe, el reloj biológico no es un cronómetro digital y en aras de esa normalización se han producido verdaderos atropellos contra la salud de las mujeres”, explica. Barranco explica que, en los últimos estudios, ya se admite que tener 8 o más menstruaciones en 13 meses es normal y que los 28 días de ciclo “no es real para nada”.
“En según lugar, si las menstruaciones son abundantes hay que buscar la causa, que la mayoría de las veces está en la falta de hierro, alteraciones del tiroides o enfermedades del útero, diagnosticadas o no”, explica. El uso de la píldora anticonceptiva aquí tampoco estaría justificado, según la experta.
“En tercer lugar, el ovario poliquístico es el mayor cuento que se les está contando a las mujeres tras la realización sistemática de ecografías en mujeres sanas, y debería ser desterrado de la patología. Hay otras enfermedades, como el síndrome de ovario poliquístico, que es un tipo de enfermedad metabólica, como la obesidad, la diabetes o hipertensión arterial. Pero eso no es lo que padecen las mujeres a las que les diagnostican ovarios poliquísticos”.
“Los lobbys farmacéuticos organizan Congresos para hablar de los beneficios de la píldora que nada tienen que ver con el embarazo. ¿Hay mayor contrasentido? Estamos hablando de una prescripción fuera de ficha técnica”, denuncia. Barranco recalca que cualquier efecto secundario derivado de una prescripción no indicada en ficha técnica es denunciable según el estatuto del paciente.
Barranco no es “objetora”, quiere dejarlo claro. Pero sí es una de las profesionales más críticas. Antes de que la píldora fuera legal en España, en 1978, ella las prescribía de forma clandestina a sus pacientes. Y ahora lo sigue haciendo a las pacientes que lo solicitan. Sus dos únicas reglas: que se utilice como método puramente anticonceptivo y asegurarse de que la mujer conoce toda la información necesaria y métodos alternativos menos dañinos e invasivos.
“La píldora nos ha despojado del poder que nosotras teníamos, con información y con cierta conciencia, de nuestro ser y nuestro cuerpo y nos dejó en manos de otro patriarcado, que es la industria farmacéutica y el sector sanitario. Y, además, lo hizo con la promesa que ellos iban a estar permanentemente contentos”, explica.
Si analizamos verdaderamente por qué tomamos la píldora muchas veces no hay ni una razón ni siquiera muy meditada. Especialmente a edades muy tempranas. “Por comodidad, supongo”. “Porque funciona bien”. “Porque él siente más”. Porque el condón “corta el rollo”. Son algunas de las frases que he oído mientras preparaba este reportaje. “Creo que en muchos casos o en la mayoría las queremos para hacerle un favor a los hombres, así de claro. Esto se junta con que tenemos un concepto de la sexualidad centrado en la penetración de un pene en la vagina. Aunque para algunas de nosotras eso no sea placentero en absoluto”, explica Barranco.
June Fernández, periodista de Píkara, discrepa en este punto y se niega a comprar este discurso porque, dice, niega nuestra agencia y nos victimiza de nuevo. “La verdad es que a mí la píldora o el anillo me permitían practicar un sexo menos coitocéntrico porque podía poder alternar la penetración con otras prácticas sin andar poniendo y quitando el condón”.
Desde otra perspectiva muy distinta lo analiza el filósofo feminista y transgénero Paul B. Preciado, destacado por sus aportaciones a los estudios de género y a la teoría queer. Preciado explica en su artículo Condones químicos cómo el capitalismo encontró a mitad del siglo XX un nuevo filón en el sexo y en el control de la sexualidad (sobre todo, la de las mujeres). El filósofo compara la píldora con la Viagra o Truvada (un fármaco antirretroviral) —todo englobado dentro de lo que él llama el farmacopoder—. Preciado sostiene que, lejos de mejorar nuestras vidas, estos fármacos “optimizan la explotación dócil de los consumidores, su servidumbre molecular, manteniendo su ficción de libertad y emancipación al mismo tiempo que refuerza las posiciones sexopolíticas de dominación de la masculinidad normativa”.
Preciado repara en dos aspectos interesantes: en primer lugar, cómo la píldora, que funciona como una máquina social, altera y produce nuevas formas de relación, deseo y afectividad. Aunque actúa en principio sobre un cuerpo individual, la realidad es que modifica los hábitos de un conjunto. La decisión de su uso ya no se toma en el acto sexual mismo, sino con antelación, planteando una “relación de futuridad” y actuando en consecuencia de esa misma.
En segundo lugar, defiende Preciado, la píldora “permite construir la fantasía de una sexualidad masculina ‘natural’ totalmente soberana cuyo ejercicio (entendido como erección, penetración y circulación ilimitada de esperma) no se ve restringido por barreras físicas”. Ese es el auténtico mérito político de la píldora.
Barranco advierte de otro asunto. Dice que estamos en un momento de anticoncepción “para ricas y pobres”. Que solo aquellas mujeres con más poder adquisitivo, o con más conciencia, a veces con más cultura, se informan bien de los riesgos o acuden a especialistas diversas para consultar segundas opiniones. Esto genera un sesgo importante y puede dar lugar a que muchas chicas “de 13, 14 o 15 años tomen lo primero que hay para no quedarse embarazadas, ignorando o no atendiendo los efectos secundarios”. Fernández, que sí creció en un entorno sensibilizado, cuenta, por ejemplo, que a ella le recetaron anticonceptivas para el acné en la adolescencia, pero su madre no se lo permitió.
La doctora insiste en que ella no tiene ninguna “cruzada” particular contra las píldoras, solo cree que las mujeres deben estar debidamente informadas. Y conocer todas las alternativas. Está convencida de que si dispusiéramos de toda la información, muchas mujeres optarían por el preservativo. Y, sobre todo, insiste en “no ceder” otro espacio de poder a los hombres.
Desde el otro lado de la línea telefónica, me llega risa irónica de Barranco:
“¿Te puedes creer que leí en la Revista Europa de Anticoncepción un artículo en el que se hablaba de las preferencias de los hombres en cuanto al sangrado? No podemos permitir que los hombre decidan cómo y cuándo sangramos. No podemos permitirlo”.
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