Tenía dos años cuando empezó a despertar, cada vez con más frecuencia, con mechones de cabello pegados a la almohada. “No me acuerdo muy bien, pero tengo fotografías. Fotografías de cuando era bebé y todavía tenía pelo, fotografías de cuando empecé a perderlo”.
Fueron sus padres quienes se dieron cuenta. Primero, un fino vello; más tarde, pero como si tuviera prisa, la caída empezó a dejar huecos que mostraban la piel de su cabeza. “Cuando piensan en ese momento, no entendían lo que ocurría”, cuenta Elodie.
Casi de repente, todo su cabello desapareció. “Alrededor de los seis años, volvió a aparecer en forma de parches”. Luego, se desvanecería de nuevo.
Para aquel entonces, ya había pasado por numerosas consultas médicas, escuchado a especialistas en dermatología, probado tratamientos. “Fueron inefectivos. Nada funcionó”. Simplemente, ella y su familia tuvieron que acostumbrarse a vivir así. “Hubo que aceptar las cosas como eran”, recuerda. “No puedes cambiar lo inevitable”.
La alopecia areata total es una condición de la piel que afecta al vello y cabello del cuerpo. El sistema inmune ataca a los folículos capilares pensando que son elementos extraños, y destruye el pelo.
Se trata de una rara avis: su origen resulta inexplicable; no se ha dado con las causas o patrones de desarrollo comunes. Hay quienes apuntan al estrés como catalizador, porque debilita la inmunidad. Pero Elodie no recuerda haberlo pasado cuando apenas empezaba a articular palabra.
Sobre todo, la alopecia es impredecible. Puede desaparecer, pero sólo para regresar en algún momento, porque no tiene cura. Puede afectar a más o menos áreas del cuerpo. A Elodie, le alcanzó casi todas: “Aunque todavía tengo mis pestañas, y eso me hace feliz”.
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Un emoji de sonrisa acompaña a sus palabras. Su historia es tan excepcional como su suerte. Un 2% de la población mundial vive con alopecia, pero tan sólo el 20% de ésta desarrolló la de tipo total —cuando la caída afecta a partes completas del cuerpo— o universal —pérdida absoluta de cada pelo.
“No recuerdo exactamente si en algún momento llegué a perder todo el vello corporal, pero ahora sí que tengo un poco en los brazos y piernas”. Y añade otra cara de felicidad.
Mientras miles de mujeres en todo el mundo llenan las camillas de los centros de estética deseando hacer desaparecer el pelillo de sus mofletes, bigote, entrecejo, sus cuatro extremidades y otros lugares… Elodie sueña con la natural vellosidad humana.
“De pequeña, quería ser peluquera. Siempre peinaba a todas las muñecas. Me enternece cuando lo pienso ahora”.
“Crecí en un entorno sin ver a gente calva o, incluso, diferente”
Durante la escuela, empezó a cuestionarse por qué no veía a más gente como ella. “No tengo malos recuerdos de esa época, a pesar de verme diferente. Pero en clases, la calle, en cualquier lugar… era la única así. Era muy raro. Crecí en un entorno sin ver a gente calva o, incluso, diferente”.
Las mujeres calvas han sido clasificadas en la mitología social como anormalidad. La tele, la moda, las marquesinas de autobús camino a casa de Elodie en Lyon, las revistas, panfletos, todos ellos repetidores del mismo estereotipo de belleza: el de la mujer Photoshop, blanca, retocada, sin arrugas ni estrías… y con una brillante y frondosa melena.
Resultaría inevitable, al ir creciendo en este mundo, ignorar por qué una no se encuentra representada en él. O preguntarse el motivo por el cual, entre tantas personas, pinturas, caricaturas o monumentos, nadie es igual a ti.
Y, a medida que creces, darte cuenta de que sí existe más gente como tú, pero que en el estereotipo generalmente aceptado, no tienes lugar. ¿Cuál de los dos escenarios podría resultar más inquietante?
“Creo que todo eso es desafortunado”, lamenta Elodie. “Los estereotipos son malos, porque con ellos la gente tiene dificultades para entender la realidad. El mundo no es tan simple… No puedes clasificar a personas en categorías específicas y ya”.
Por la alopecia, se ha replanteado muchas veces el concepto estandarizado y desafortunadamente definido de feminidad. Su historia también le ha hecho comprender que el mundo carece de entendimiento hacia la diversidad.
«Nos han enseñado a no abrazarla, a desconocerla. Creo que es difícil entender el concepto de feminidad cuando no abarca la diversidad. La feminidad no debería ligarse a un cabello largo, algo que muchas veces ocurre».
Ella misma lo vivió: «Un día, un hombre que trabajaba en un restaurante me dijo: ‘Hola, pequeño chico’, y lo repitió dos veces. Sentí rabia. Sólo por el hecho de no tener cabello no significa que sea un niño».
«A veces, me sentía menos que otras chicas que sí tenían cabello»
A llegar al instituto, ser diferente al resto «empezó a hacerse duro, agotador», recuerda cuando piensa en aquellos momentos en los que era incómodamente el centro de atención.
«Tenía 12, 13 años. Queríamos ser guapas, ir a la moda. Yo era la única con pañuelos o bandas en la cabeza. Me miraban con los ojos bien grandes, era un reto para mí. A veces, me sentía menos que otras chicas que sí tenían cabello».
Sus palabras recuerdan a las de la congresista estadounidense Ayanna Pressley, quien a principios de 2020 reveló que tiene alopecia. El día que quedó completamente calva, tenía que participar en el impeachment contra el presidente Donald Trump. Aunque decidiera presentarse con peluca, se sintió “desnuda, expuesta, vulnerable”, relata en su testimonio:
«No quería irme a dormir, porque no quería que llegara la mañana siguiente (…) en la que me encontraría con una persona en el espejo con la que cada vez me sentía más extraña», narra en el video.
Su cabello se había convertido en un statement político. Como legisladora negra y con rastas, su peinado simbolizaba un grito de lucha por la comunidad afroamericana y la diversidad capilar. Las niñas se le acercaban agradecidas por aquellas trenzas, recuerda nostálgica.
Aunque cada vez más mujeres se atrevan a hacer pública su alopecia, el valor social y estético arraigado a la melena femenina puede mermar la confianza o seguridad en una misma, seas mujer en una cámara de diputados o una estudiante adolescente.
“Cuando te ocurre algo así, puedes hundirte y esperar mientras te olvidas de vivir… O puedes aceptarlo, porque no se puede cambiar. Yo me cansé de esperar”
Entonces, con 15, para sentirse parte de la escena, Elodie empezó a llevar peluca. “De repente descubrí lo increíble que era pasar inadvertida. Fue un paso muy importante para mí. Me gustaba ser como todos los demás”. Cuando cumplió 18, ya no se separaba de ella.
Matemáticas, ciencia, sintaxis, inglés, atletismo, química, plástica, historia. Los programas educativos —y quienes los ejercen— a menudo olvidan promover la inclusión y la diversidad como materias transversales. Al menos, hasta que una situación de acoso ocurre en el aula, y eso es en el mejor de los casos. ¿Acaso no son valores igual o más importantes que saber sumar o restar?
Así, crecemos cómodos —y probablemente inadvertidos— consumiendo estereotipos racistas y machistas de Disney, consintiendo la gordofobia o discriminando a un compañero por su color de piel o procedencia; porque, aunque no seamos quienes cometen directamente el linchamiento, permitirlo también es una forma de ejercerlo.
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Son muchos jóvenes los que se convierten en víctimas de bullying por su apariencia y se ven orillados a la soledad en clase, a no ser que decidan intentar ser como la mayoría, como le ocurrió a Elodie.
Pero paradójicamente, lo que en un principio le ayudó a pasar desapercibida, a parecer como el resto, pronto se convertiría en un inconveniente. “No podía explicar a la gente que no era mi cabello real. Me escondía constantemente detrás de la peluca”.
Aquello pronto le incomodaría más que la idea de ser la única en su entorno sin cabello, y comenzó a darle vueltas a cómo sería vivir aceptándose. Durante las siguientes vacaciones de verano, agarró su teléfono, retiró su peluca, y miró a la cámara: Capturar. Publicar.
Muchos de los que la seguían no tenían idea de que, en realidad, la melena que lucía no era suya. «Pero todos los mensajes que recibí fueron amables. Después de ese viaje, decidí dejar de llevar la peluca para todo e intenté estilos diferentes con pañuelo. Me gustó».
Y así es como empieza el acercamiento de Elodie con su individualidad: logrando convertir lo que muchos llamarían —con tono atemorizador— “enfermedad” en un símbolo de empoderamiento y autenticidad.
«Cuando te ocurre algo así, puedes hundirte y esperar y esperar mientras te olvidas de vivir… O puedes aceptarlo, porque no está en tus manos que la cosa cambie. Yo me cansé de esperar. Es mejor transformarlo en una fortaleza, en algo que amas y por los que otros te amarán».
La inseguridad por el físico y la necesidad de constante aprobación pública se han convertido en preocupaciones —y obsesiones— muy frecuentes. Podemos darnos cuenta de ello entrando a Instagram o TikTok. Y no es que Elodie las haya superado, pero sí reconoce sentirse más feliz cuanto más se acepta.
«La alopecia no es simplemente no tener pelo. Es una travesía en la que batallas con la confianza. Son altibajos. Es miedo a no ser aceptada. A preguntarte si eres suficiente aunque te falte algo. Hoy todo el mundo sabe como soy, y me siento mucho mejor conmigo misma. Ya nunca uso peluca en vacaciones de verano, y se ha convertido en mi momento favorito del año».
La experiencia de Ayanna coincide con la suya: «En este proceso, cuando me siento menos identificada conmigo misma es cuando llevo peluca. Así que creo que eso significa que estoy en el camino correcto», contó en su momento la congresista. La peluca pasó de ser para ambas un escondite de la realidad a, al admitir que la llevaban, su pasaje para vivirla.
“Intenta mirar a las personas calvas simplemente como mirarías a las pelirrojas, rubias o morenas”
A sus 25 años, Elodie trabaja como profesora en un colegio. Allí sí que lleva peluca, porque es lo que le apetece hacer. Y, mientras tanto, aprende a hacer de su rara avis una virtud. “Me gusta sorprender a mis amigos con estilos diferentes. Ayer me viste con pelo corto, pero mañana quizás lo llevaré largo. Es simplemente un accesorio más”.
“Antes no me gustaba bailar ni nadar. Si íbamos a Disney, no iba a las atracciones, tenía miedo que la peluca se cayera. Ahora ya no me apresuro a ponérmela si un repartidor viene a casa, ni la utilizo para ir al gimnasio. Tampoco para abrir las ventanas. La vida es mucho mejor desde esta perspectiva. Si alguien pasa por lo mismo, que lo intente, si no me cree. No estás sola”.
Aún sin terminar de entenderla, la rara avis de Elodie, Ayanna, y muchas otras mujeres, ofrece una valiosa lección de perspectiva: la de abanderar la idea fascinante y radical de que la diversidad, en realidad, es la norma. “Intenta mirar a las personas calvas simplemente como mirarías a las pelirrojas, rubias o morenas. La vida es bella, con o sin cabello”.
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