Cartucho. Globo. Inhalas. El aire que tragas se sube a la cabeza. Sientes una euforia ligera, quizás un pequeño mareo, y todo a tu alrededor suena ligeramente distinto. Miras a tus amigos y ríes. Tus amigos te miran y ríen contigo. Durante treinta segundos, todo resulta extrañamente perfecto. Gracias al ‘gas de la risa’.
Si has viajado a Londres en los últimos años y has salido por la noche en áreas como Shoreditch has visto seguro la escena: gente en la calle o en mitad del club de turno sosteniendo globos inflados en la mano.
Globos que vacían en sus bocas en busca de un «subidón legal» que no ha dejado de ganar popularidad en los últimos años.
Porque esos globos no están rellenos de helio, sino de óxido nitroso, el llamado «gas de la risa». Un gas incoloro, de sabor y olor dulzón, y ligeramente tóxico. Y se toma precisamente por eso, por su toxicidad, por los efectos que provoca. La risa floja, la sensación de euforia, la relajación del cuerpo, la distorsión ligera y transitoria de los sentidos.
Según los últimos sondeos, el óxido nitroso o gas de la risa es desde hace varios años ya la segunda «droga recreativa» más consumida en el Reino Unido, sólo por detrás del cannabis (y el alcohol, claro). Más de 400.000 jóvenes de edades comprendidas entre los 16 y los 24 años lo habrían usado en el último año, y su popularidad sigue en aumento, también entre grupos de población de mayor edad.
La presencia del gas hilarante es tan ubicua en las islas que los organizadores del festival de Glastonbury aseguraron el año pasado haber recogido dos toneladas de cartuchos metálicos de óxido nitroso a la hora de limpiar el recinto.
A la luz de esos números, los medios y las autoridades del país se preguntan: ¿es el ‘gas hilarante’ algo que debamos tomarnos a cachondeo?
La risa que puede matarte
El óxido nitroso lo tiene todo para triunfar como droga recreativa entre la juventud: es una sustancia barata, fácil de conseguir, sus efectos duran poco y su consumo está acompañado de un ritual que tiene algo de juego infantil: inflar globos, aspirarlos, reír.
El gas tiene fama de droga inofensiva, pero no está exento de riesgos. El pasado fin de semana, Ally Calvert, de 18 años, fallecía en un hospital londinense a causa de un fallo cardíaco. La policía se había encontrado horas antes al joven desplomado sobre una calle de Bexley, en el sudeste de Londres. Venía de una fiesta en la que había tomado óxido nitroso.
Las muertes asociadas al gas de la risa son raras, pero existen. Los archivos de la Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido reflejan nueve casos de decesos relacionados con el consumo de óxido nitroso entre 2006 y 2012. El número es minúsculo si lo ponemos al lado de las cifras de consumo. Con todo, desde el frente político parecen dispuestos a poner coto a la risa.
Tomado en cantidades pequeñas el gas hilarante es relativamente inocuo, pero su consumo excesivo puede causar privación de oxígeno, caída de la presión arterial, desmayos e incluso ataques al corazón.
Esos son los argumentos a los que se agarran los partidarios de una prohibición que parece inevitable. Porque, hasta ahora, la posesión y el consumo de gas de la risa viene siendo perfectamente legal y su venta se realiza a menudo a la vista de todos, en lugares concurridos como Brick Lane o, en ocasiones, en los mismos locales de ocio nocturno.
Esa libertad, sin embargo, tiene los días contados.
¿Riesgo para la salud o medida de orden público?
El pasado mes de mayo el gobierno británico anunció nuevas medidas legales orientadas a acabar con la producción y la distribución de los llamados «legal highs», y esa nueva legislación prohibirá la venta del gas de la risa con fines hedonistas.
No todo el mundo está contento con el anuncio. Organizaciones como DrugScience y personajes como David Nitt, especialista en neuropsicofarmacología y exasesor en política de drogas del gobierno, se han mostrado abiertamente contrarios a la prohibición.
«Atacar a las tiendas que venden drogas legales es como atacar a los sex shops porque consideras que dan mala imagen a tu pueblo», dice Nitt en una reciente entrevista con NME, en la que alude a la larga tradición de una sustancia usada de manera regular en el ámbito médico —por ejemplo, como anestésico durante el parto— y cuyo uso recreativo se remonta en realidad al siglo XVIII.
«Algunas de las mentes más brillantes de la historia de Gran Bretaña, la gente que construyó la ciencia británica, usó el óxido nitroso. Wordsworth y los poetas románticos usaron óxido nitroso. El óxido nitroso se ha usado como medicina y como vía recreativa durante 200 años. Prohibirlo ahora es patético«, sostiene el científico. «Creo que la cosa va de ver a gente joven divirtiéndose, y ellos (los lesgiladores) odian a la gente joven divirtiéndose, porque ellos son unos cabrones miserables».
Más allá de los posibles riesgos médicos y los juicios al respecto de su legalidad, la popularidad del gas de la risa plantea cuestiones en relación a la naturaleza de las nuevas drogas urbanas. Como escribía Sam Wolfson en un viejo artículo para The Guardian, hay algo distópico en la elevación transitoria que uno obtiene de inhalar el contenido de un globo.
Aspirar aire. Perder el control durante unos pocos segundos. Reír y hacer reír a tus amigos. Volver rápidamente a la realidad.
Que nos aspen si no parece una «droga» hecha a la medida de estos tiempos tan dados a la provisionalidad, la dispersión multitarea, los deficits de atención, el exhibicionismo y la búsqueda de visibilidad y gratificación instantánea que alimenta nuestra vida en red.
En el fondo, nos drogamos como vivimos.