Genéticamente, los grandes simios son los parientes más cercanos al ser humano. Los chimpancés comparten el 96% de su ADN con nosotros y no es de extrañar que tengamos algunas características similares entre especies. Este aspecto ha hecho que, históricamente, los humanos traten de cambiar, por la fuerza, el comportamiento de los simios.
Los chimpancés habitan en distintas regiones de África como el Congo. Su existencia está en grave peligro por la caza y por la privación de su libertad para el contrabando de especies.
Además, muchas crías de chimpancé son separadas de sus madres, con el objetivo de venderlas como mascotas. Uno de ellos fue Oliver, un joven simio capturado en el Congo que posteriormente fue vendido a una pareja estadounidense.
La historia de Oliver pudo haber sido solo otro lamentable caso de tráfico animal, pero a diferencia de los demás chimpancés, él tenía un aspecto demasiado humano. Cuando fue adquirido por Frank y Janet Berger, estos rápidamente notaron que su nuevo ‘animal de compañía’ tenía pecas, la cara chata, los ojos grandes, caminaba erguido y se sentía cómodo con los humanos.
Por si esto fuese poco, Janet y Frank Berger hacían que Oliver se sentara a ver televisión con ellos, fumando y bebiendo refrescos. Oliver, al no tener interacción con otros de su especie, adoptó este comportamiento como algo cotidiano.
Rápidamente, sus cuidadores sugirieron que Oliver era un híbrido entre humano y chimpancé, un «humancé». Según Janet Berger, cuando Oliver llegó a la adolescencia, empezó a sentirse atraído por ella, y prefería su compañía que la de las chimpancés hembras.
Debido a ello, la pareja decidió vender Oliver a Michael Miller, un abogado neoyorkino. Lamentablemente, Miller se cansó rápido de Oliver, y decidió entregárselo a Ralph Helfer, gerente de un parque de atracciones. A partir de ese momento, comenzaría el verdadero calvario para Oliver.
Después de ser comprado por Helfer y de que este empezara a exhibirlo en su parque temático, Oliver ganó mucha fama entre el público que iba a verlo. De igual manera, Helfer se aprovechaba de la apariencia Oliver, asegurando de que se trataba de un verdadero híbrido entre humano y chimpancé.
Oliver fue tan famoso, que Los Ángeles Times, uno de los periodos más importantes de California, investigó su caso y realizó un extenso trabajo periodístico donde buscaban explicaciones para la inusual apariencia de este chimpancé.
Sin embargo, la comunidad científica desmintió los rumores de que Oliver era un híbrido, advirtiendo que tampoco se trataba del eslabón perdido de la humanidad, ni de una nueva raza de simio.
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Hasta ese momento, Oliver había sido obligado a vivir como humano. Su propietario no permitía que compartiera con otros simios, lo vestían como a una persona y siempre querían que caminara erguido, incluso después de desarrollar artritis en las piernas.
Pese a ello, Ralh Helfer dejó de interesarse en él, ya que no podía presentarlo como un híbrido extraordinario ni como la mayor prueba de la evolución humana. Al final, Helfer también vendió a Oliver, esta vez a un laboratorio donde hacían pruebas para cosméticos con animales.
Allí, Oliver pasaría los siguientes nueve años de su vida encerrado en una jaula.
Después de pasar casi una década en un pequeño laboratorio, Oliver fue rescatado y llevado a un santuario para primates. Aquí pudo conocer a otros miembros de su especie, pero debido a que pasó tanto tiempo separado de los simios, tuvo problemas para integrarse y prefería la soledad.
No obstante, su caso seguía siendo una rareza y algunas personas aún sostenían la teoría de que Oliver, el chimpancé obligado a vivir como humano, era un híbrido. Para solucionar el caso, Discovery Channel hizo un documental sobre este peculiar simio, llegando a la conclusión de que, en realidad, Oliver era un chimpancé completamente normal.
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Una vez finalizado este documental, la historia de Oliver se dio por concluida y no se le realizaron más pruebas genéticas ni se indagó más sobre su origen.
Además, Oliver ya era un primate anciano, con diversos problemas de salud. Durante sus últimos años, compartió su espacio en al santuario con una hembra chimpancé, llamada Raisin. Raisin acompañó a Oliver hasta que este murió el 2 de junio de 2012.
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