Softboi. Puede que hayas oído hablar de ellos, o puede que no. Puede incluso que hayas convivido con uno. O que sigas haciéndolo. En todo caso, desconocer la palabra no es grave. Se trata de uno de esos términos que se refieren a algo que ha existido desde siempre sin que nadie tuviera la necesidad de reducirlo a un solo término (hola, climarianos).
Como buen fenómeno millennial, los softbois tienen un perfil de Instagram (@beam_me_up_softboi) dedicado a documentar su existencia. Su creadora es Iona Erskine, quien recientemente escribió una “Guía de la A a la Z de los softbois” y acaba de conceder una entrevista a The Guardian sobre la misma cuestión.
A partir de sus enseñanzas, hemos elaborado este manual de bolsillo para que la próxima vez que te cruces con un softboi puedas identificarlo rápidamente. Y salir corriendo.
Empezamos mal, dirás. Sí, ‘alternativo’ es un adjetivo extremadamente relativo cuando se aplica a gustos. En este caso, por alternativo entendemos cualquier cosa que no sea descaradamente mainstream. Es decir, podemos aceptar bandas como Radiohead o Tame Impala. Qué demonios, según Erskine uno de los directores favoritos de los softbois es Quentin Tarantino, cuya última película ha recaudado 283, 5 millones de dólares.
El softboi es alternativo, pues, en el sentido que no ve programas de talentos en televisión ni va al gimnasio. Ese tipo de cosas. Ah, y posee libros más allá de los que le han regalado. Conoces a mucha gente así, cierto, pero este solo es el primer punto de la guía. Seguimos.
En realidad, los gustos concretos de un softboi dan un poco igual. Lo importante aquí es que un softboi utilizará sus gustos supuestamente nicho para proyectar un aura de superioridad sobre aquellos que sí ven programas de talentos en televisión y van al gimnasio.
La diferencia entre un softboi y cualquier persona con intereses atípicos pero con un mínimo de decencia es que las últimas no creen que la gente deba caer rendida a tus pies por ser ‘distinto’. Ni tampoco se burlarán de aquellos que no tienen sus mismos gustos como mecanismo de validación.
Es uno de sus rasgos más característicos, pero a la vez subrepticio. A primera vista un sofboi no responde a los patrones clásicos de la masculinidad tóxica: es sensible, no teme manifestar sus inseguridades y se para a escuchar lo que dices. El problema es que considera que todo esto debe poder canjearse por aquello que represente su objetivo en relación a la otra persona (la inmensa mayoría de veces, el sexo). Cuando esto no ocurre, el softboi muestra su verdadera cara, y se vuelve una de las criaturas con más resentimiento que han pisado nunca la Tierra.
Nada desconcierta tanto a un softboi como el rechazo. Y entonces se vuelven venenosos.
Como parte de la construcción de su fachada edgy, un softboi empleará referencias a las drogas y las enfermedades mentales siempre que pueda.
Entre sus drogas favoritas se encuentran los alucinógenos y la ketamina, probablemente por su cualidad de trascendencia. Es fácil distinguir a un softboi hablando de drogas porque una persona normal no lo haría en términos pretenciosos, pero ellos sí. Al mismo tiempo, un softboi romantizará las enfermedades mentales utilizando términos como “inestable” como un piropo.
Probablemente ya lo habrás adivinado pero, sí, un softboi es un ser tan básico como la mayoría de nosotros. Y como tal, lo que realmente le importa en la vida no es Bukowski sino follar. El problema no es este, claro, sino que utilice todas las artimañas descritas anteriormente para intentar lograrlo.
Todavía hay más: en caso de que lo consiga nunca se comprometerá a nada. En este sentido vendrá a ser una variante del fuckboy (el capullo de toda la vida reciclado para tiempos de Tinder) pero que aparenta preocuparse más por las emociones que por el físico. El fuckboy al menos va de cara.
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