Además de ver compulsivamente stories de Instagram de gente cuya vida te importa más bien poco, una de las cosas que implica la vida millennial es inventarse nuevas palabras para cosas que han existido desde siempre. Ya sabes: hangry, shipping, quipster, ghosting y decenas de palabras más que hacen que los miembros de la generación anterior se sientan ancianos, pero que, en realidad, no dicen nada nuevo. ¿O sí? Pues prepárate para sumar un nuevo palabro asociado a la dieta, a lo que comes, y al efecto que eso tiene sobre el planeta.
Uno de las últimos neologismos en ganar tracción es ‘climatarian’ (en español, climariano, según Fundéu). Los primeros avistamientos de la palabra se produjeron en titulares hace ya una década pero no fue hasta que el New York Times la incluyó en su “ranking de nuevas palabras relacionadas con la comida” de 2015 que su uso se empezó a extender en lugares como Twitter.
¿Pero qué es un climariano?
A grandes rasgos, se trata de una persona que escoge su dieta en función de como ésta afecta al cambio climático. Esto incluye acciones como reducir el consumo de carne, ingerir unicamente productos de temporada o no comprar alimentos que tengan envases de un solo uso.
Es decir, comer como comían nuestros padres antes del advenimiento de los ultraprocesados y la tostada de aguacate.
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Probablemente te estás preguntando si hacía falta una palabra como climatarian. Y probablemente tu primera tentación sea arrojarla al cajón de “paridas posmodernas”. Justo al lado de reducetarian, vegabore y carnesparsian, otros tres términos que vienen a significar casi lo mismo. Pero existen ciertos matices que justifican lo del climarianismo.
Para los ‘climatarian’, la cuestión no es si comer o no comer carne. Lo importante es tener una alimentación respetuosa con el medioambiente
En términos medioambientales, de poco sirve ser vegetariano si sueles comprar fruta cortada y envasada en plástico. Lo mismo se puede decir si no consumes productos de origen animal pero te desayunas un bowl de açaí, un fruto que sólo crece en la selva amazónica de Brasil y cuyo transporte implica una importante emisión de gases de efecto invernadero.
Como demuestran estos ejemplos, una de las claves de ser climariano es no solo preocuparse de cómo la alimentación afecta a tu cuerpo, sino de cómo nuestras elecciones afectan a los demás.
Mientras que un flexitariano decidirá reducir el consumo de carne porque sabe un exceso de la misma aumenta el riesgo de padecer problemas cardiovasculares, un climatariano lo hará por el desmesurado impacto que la industria ganadera tiene en el medio ambiente.
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El climarianismo también puede explicarse desde una perspectiva ideológica. Concretamente desde el rechazo del consumismo. En el fondo, merendar cada día una tostada de aguacate es lo mismo que comprarse un vestido nuevo en Zara aún sabiendo que en tu armario cuelgan tres que prácticamente no te has puesto. Son necesidades artificiales de las que podríamos prescindir perfectamente. Para los climarianos, el compromiso con el decrecimiento empieza por tomar conciencia de que no se puede comer de todo en cualquier época del año.
Para los climarianos, el compromiso con el decrecimiento empieza por tomar conciencia de que no se puede comer de todo en cualquier época del año
Al climariano no le importa tanto qué se lleva a la boca, como los motivos por los que lo hace. Es decir, es una dieta que tiene menos que ver con la comida que con la identidad.
Si hay algo que obsesione a nuestra generación es la necesidad de diferenciarse. Y muchos nombres de regímenes alimentarios no son lo suficientemente específicos. El problema de definirse como vegetariano, por ejemplo, es que muchas veces ello no abarca la dimensión ética de la decisión. La prueba está en que cuando dejas de consumir animales la gente sigue preguntándote si “lo haces por salud o por ética”. Hacía falta una nueva definición que desterrara la duda.
No es ningún secreto que las políticas de la identidad son uno de los grandes campos de batalla del siglo XXI. Habitualmente éstas se asocian cuestiones como la raza, el género o la sexualidad, pero es innegable que la comida también tiene una dimensión política.
El problema es que el lenguaje va por detrás. Las ideas estaban ahí, pero faltaba una palabra para apuntalarlas. Llevar haciendo algo “desde siempre” no siempre implica saber definirlo. Y los millennials sabemos mejor que nadie que si lo explicas no ha pasado.
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