Traer al mundo a nuevos individuos no asegura que estos vayan a comprometerse con el consumo responsable, la contaminación, la crisis climática, las desigualdades o el veganismo. Ante semejante problema, una nueva oleada de activismo reivindica el antinatalismo, la esterilización voluntaria, y la adopción. ¿Cuáles son sus argumentos?
“El 11 de diciembre de 2013 fui intervenida durante 15 minutos en un quirófano del CAP de mi barrio. La operación fue rápida, sin anestesia. Aquel día sentí un dolor similar al de una regla intensa, nada más. De hecho, después de la intervención me fui a tomar un vermut. Dentro de dos meses acudiré a una revisión y me confirmarán que por fin soy estéril”.
Audrey, 35 años, remueve el café con leche de soja que acaba de pedir en un bar de Poble Sec, Barcelona. Su semblante es sereno. Su tono, cercano. No hay sombra de incertidumbre en sus ojos, no hay mirada reflexiva al infinito ni rastro alguno de duda. “Estoy muy contenta, es una decisión que tenía tomada hace años”.
El caso de Audrey García no es único. Tampoco lo son los motivos por los que ha decidido renunciar a su maternidad de manera irrevocable. La suya ha sido una esterilización voluntaria como forma de posicionamiento político, una decisión personal con vocación global que está tomando un número creciente de jóvenes en nuestro entorno. El antinatalismo del siglo XXI está ligado a diferentes formas de activismo, y todas ellas pasan por preguntarse si es ético traer nuevos seres vivos a este mundo.
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Activista de Igualdad Animal, vegana y vinculada a movimientos feministas, Audrey explica que quiere contribuir a un mundo más justo para todos. “Si tengo un hijo, no puedo garantizar que vaya a ser vegano. A raíz de su nacimiento, se van a crear generaciones y generaciones de personas que van a seguir consumiendo productos animales. Pero además de eso, va a contaminar, va a consumir recursos que están mal distribuidos, va a provocar un daño al planeta. Si produces gente que a su vez se reproduce generas una cadena totalmente incontrolada”.
Atenea ha decidido que el tiempo y el esfuerzo que requiere criar a un hijo lo quiere dedicar a cambiar la realidad de quienes ya están entre nosotros
Atenea Guerrero es más joven que Audrey, por eso su caso choca todavía más. Tiene 24 años y participa activamente en el movimiento de liberación animal, en el movimiento feminista autónomo y el movimiento libertario en Málaga, ciudad en la que vive. Hace ya unos años que decidió no ser madre por motivos políticos. Ahora está en vías de esterilizarse. Ha hablado con su médico de cabecera y, aunque encontró cierta resistencia al principio, parece que no le van a poner pegas a pesar de su edad.
También en su caso, la defensa de los animales juega un papel importante en su decisión, pero hay más. “Hace dos años decidí dedicar mi vida a hacer todo lo posible por contribuir a la generación de una realidad política diferente, a otro modelo de sociedad donde todos los animales sean respetados y considerados como iguales”.
Ser madre, argumenta, le resulta incompatible con esta voluntad de transformación social. Al igual que Audrey cree que no podrá controlar el modo en que su descendencia verá al resto de animales. A su vez ha decidido que el tiempo y el esfuerzo que requiere criar a un hijo lo quiere dedicar a cambiar la realidad de quienes ya están entre nosotros.
«Cuando una decide esterilizarse está atentado directamente contra un prototipo de feminidad que, queramos o no, sigue muy arraigado», opina Atenea
¿Sientes miedo estas personas ante la idea de tomar una decisión irreversible? “En absoluto. Esterilizarme es un acto de libertad y autonomía sobre mi vida, que afecta al mundo y a quienes lo habitamos. Yo, como habitante del mundo, tengo una responsabilidad con el resto de individuos y esterilizarme es una de las formas de atender esa responsabilidad”.
El hecho de que personas jóvenes y sanas decidan imposibilitarse médicamente para tener hijos es acogido por la mayoría como una medida radical y agresiva. Y el argumento general de reproche a quienes toman esta decisión siempre apunta en una misma dirección: ¿Es necesario hacer algo irreversible? ¿Y si años más tarde se arrepienten?
“Lo que ocurre —explica Atenea— es que cuando una decide esterilizarse está atentado directamente contra un prototipo de feminidad que, queramos o no, sigue muy arraigado. Sé que una mujer de mi edad que decide ser madre no es juzgada ni cuestionada al nivel que se cuestiona y se juzga la esterilización voluntaria, siendo la maternidad una decisión irreversible también”.
No cabe duda es que lo que sucede hoy en el vientre ajeno continúa siendo un tema sobre el que todo el mundo cree tener derecho a opinar.
Las corrientes antinatalistas no son nuevas. Hace ya décadas que se teoriza, echando mano de variados argumentos filosóficos, económicos, políticos y sociales, sobre la conveniencia ética de traer hijos a un mundo superpoblado y con recursos limitados. Un mundo en el que la desigual distribución de la riqueza garantiza miseria para millones de vidas.
Existen posturas de perfil más clásico que abogan por el simple control de la natalidad para aplacar la pobreza. Y existen, también, planteamientos radicales como los del Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria (VHEMT, por sus siglas en inglés). El VHEMT hace un llamamiento universal a abstenerse de la reproducción con el fin de causar la extinción gradual y voluntaria de la humanidad, y evitar así la irremediable degradación del planeta. El debate es complejo y no todo el mundo está dispuesto a traspasar prejuicios morales y adentrarse en una reflexión profunda.
¿Seríamos capaces de rechazar algo inherente a la naturaleza humana por la supuesta mejora de la situación de la especie a nivel global?
En un ejercicio de simplificación tal vez extrema, Isaac Asimov traía a colación la famosa “metáfora del cuarto de baño”. En un piso con dos habitantes y dos cuartos de baño, ambos individuos podrán ejercer su derecho a usar el baño y hacerlo con plena libertad. Si el número de habitantes comienza a crecer, el acceso al baño empezará a limitarse, con lo que habrá que alcanzar un acuerdo en el que los derechos y libertades del uso del cuarto de baño habrán de verse reducidos en beneficio de la comunidad. Si el número de habitantes creciera descontroladamente, se llegaría a un punto en el que el precario uso del baño sería inadmisible y podría calificarse de infrahumano.
Parece innegable que un aumento descontrolado de la población mundial no hace sino aumentar la brecha de las desigualdades, pero ¿es el antinatalismo la mejor solución a este problema? ¿Estamos dispuestos a tomar medidas individuales para acabar con eso? ¿Seríamos capaces de rechazar algo inherente a la naturaleza humana por la supuesta mejora de la situación de la especie a nivel global? ¿Abandonaríamos la posibilidad de llevar a cabo el considerado como “el mayor acto de amor” para favorecer el bien común?
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Javi Rodríguez (nombre ficticio) se esterilizó hace unos meses, aunque hace muchos años que tenía la decisión tomada. “Si queremos ofrecer nuestro amor a alguien, hay suficiente gente en el mundo que lo necesita, por lo que sugiero la adopción”, explica. “Del mismo modo, si queremos dar algo bueno a alguien, hay suficiente trabajo por hacer. Este mundo necesita menos hijos, menos caridad y más solidaridad”.
El debate antinatalista —incómodo, complejo, con aristas que amenazan con rasguñar las libertades individuales y que, sin duda alguna, ofenderá a más de uno solo con mencionarlo— está más presente en nuestro entorno de lo que imaginamos. Algunas ficciones recientes, como la aclamadísima Utopía, basa precisamente su brillante argumento en una conspiración esterilizadora universal con fines altruistas. Llegados al punto crucial de la serie, se vuelve complicado para el espectador definir qué bando es el de los buenos y cuál el de los malos. La reflexión que uno se lleva a la cama tras ver sus seis capítulos es francamente demoledora.
De vuelta en el bar de Poble Sec en el que comenzábamos nuestra historia, Audrey subraya, antes de que concluya la conversación, uno de los puntos que considera vitales: el hecho de haberlo contado públicamente.
Hace unos días, redactó una nota en la que contaba su relato y luego la colgó en su página de Facebook, accesible para todo el mundo. Los comentarios de todo tipo no tardaron en acumularse bajo las líneas en las que explicaba los detalles de su intervención, la técnica empleada (gratuita por la Seguridad Social, denominada Essure) y sus razones. “Creo que es muy importante contarlo. Yo llevo años interesada en esterilizarme y hasta hace seis meses no conocía este método. Hay un tabú tremendo alrededor de este tema y es necesario normalizarlo”, dice.
En pocas horas, siete personas se pusieron en contacto con ella, interesadas en dar el mismo paso.
“Estoy segura de que cada vez más gente tomará la decisión de esterilizarse por motivos similares a ls míos. Se trata de una evolución de las conciencias. Cada vez hay más gente concienciada, cada vez hay más gente que participa en movimiento sociales y, en consecuencia, habrá más activistas, más veganos y más gente antinatalista que opte por ser esterilizada”.
De nuevo, la mirada de Audrey no esconde dudas ni titubeos. Confía en lo que hace y en lo que dice. Sonríe, serena, y se despide.
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