La voz pública de la mujer ha sido históricamente silenciada. En La Odisea de Homero —esto es, 3.000 años atrás—, disponemos de una de las primeras pruebas registradas de ese agravio: al principio de la obra, Penélope, la mujer de Odiseo, suplica a un grupo de cantores que canten una canción más animada y feliz. Su hijo Telémaco, horrorizado, le contesta: “Madre, calla y vuelve a tu dormitorio. El discurso público es menester sólo de los hombres”.
La historiadora Mary Beard, en su libro Mujeres y Poder, describe el intercambio entre Telémaco y Penélope como el primer caso en una interminable hemeroteca cultural en la que se ha excluido sistemáticamente la voz de las mujeres. Aristófanes, por ejemplo, fue el autor de una comedia en la que fantaseaba que las mujeres lideraban la política del Estado, pero no sabían hablar en público (ese era el chiste). En La Metamorfosis de Ovidio, Ío, sacerdotisa de la diosa Hera e hija de Ínaco, el primer rey de Argos, es transformada en una ternera por Júpiter para que así no pudiese hablar y sólo emitiera mugidos. Y en un tratado científico muy popular en la época se explicitaba que el tono de voz bajo característico de los hombres indicaba coraje, y que el tono de voz alto, más propio de las mujeres, representaba lo contrario: la cobardía femenina. Para algunos escritores de la antigüedad, el tono y el timbre de la voz de la mujer eran la mayor amenaza para la estabilidad política y la salud de todo el estado.
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Hoy en día, el nuevo parlamento para la política es Twitter. Si quieres que tu voz sea escuchada y tenga una incidencia en el debate público, irremediablemente vas a tener que dominar esta red social. Los orígenes de Twitter fueron esperanzadores para el fomento de la diversidad y de la democracia: la primavera árabe, el movimiento Occupy Wall Street, el 15M y, más recientemente, Black Lives Matter, o el movimiento Me Too, han sido testigos del poder emancipador de esta tecnología. Pero Twitter también tiene un lado oscuro. Lejos de liberar, también puede oprimir. El discurso del odio, las Fake News y el ciberacoso campan a sus anchas, sin un control férreo de parte de sus diseñadores y responsables directos. Un ambicioso estudio constataba hace un par de años que, de media, una noticia falsa se viralizaba seis veces más rápido que una historia veraz. Si a eso le sumas que el 63,7% de los usuarios en Twitter son hombres, y que la rabia y la indignación son las mejores emociones para la viralización de un contenido, entonces tienes la perfecta tormenta para la opresión femenina.
Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, decidió abandonar indefinidamente esta red social hace apenas unos meses. Muchos le dijeron que estaba loca. “¿Cómo se atrevía a darle la espalda a más de 900.000 seguidores (una de las comunidades más grandes de cualquier político en España) y prescindir de un altavoz de semejante envergadura?”, le decían. Muy fácilmente, ella les contestó. Lo hacía, precisamente, para recobrar su auténtica voz pública. La cultura del zasca, los discursos del odio y la proliferación de bots y cuentas falsas había transformado esta red social -según ella- en una fosa séptica para la peor de las misoginias. Después de milenios de silenciamiento de las mujeres, una alcaldesa de una ciudad portuaria y mediterránea no iba a permitir que la volvieran a enmudecer.
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En el año 79 el pueblo inglés eligió a la primera ministra del Reino Unido. Según cuentan sus biógrafos, una de las primeras cosas que hizo Margaret Tatcher para ser aceptada en el exclusivo y machista mundo de la política, fue cambiar deliberadamente su voz. Tatcher tomó clases de entrenamiento vocal para bajar su tono de voz varias octavas. De esta manera consiguió una tonalidad autoritaria que le iba a permitir gobernar a toda una nación. Ese instinto de adaptación a toda costa no solamente la erigió como una de las primeras gobernadoras de la historia; también hizo que fuese la primera embajadora de la filosofía más salvaje y cruel del capitalismo contemporáneo: el neoliberalismo. A veces -reflexiona Ada Colau, décadas más tarde cuando habla del asunto- en vez de adaptarse, una mujer tiene que apostar por una verdadera transformación.
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