Somos un receptáculo de lo que sucede alrededor y entonces, ¿cómo definir aquello que no podemos comprender en su totalidad?
La percepción de las buenas vibras o malas vibras es una experiencia difícil de describir, aquello que simplemente se siente bien, a diferencia de lo que pone tu mente en alerta, aunque no sea evidente.
Estas definiciones han sido atribuidas a cuestiones desde un fuerte instinto hasta inconscientemente tomar nota de expresiones o tonos que no nos gustan particularmente.
Esto se pudiera relacionar con la habilidad del cerebro para procesar cognitivamente lo que recibimos, sensorialmente hablando y eso nos ayuda a sacar una conclusión sobre lo que estamos experimentando.
Aunque se pudiera hablar solo de un proceso cognitivo y dejarlo así, hay preguntas que quedan al aire.
Como por qué algunos lugares pueden tener algo positivo, mientras otros pueden sentirse negativos aunque ni los conozcamos, amarrado a ese algo que no terminamos de definir.
En estos casos, las personas juzgan a una habitación, casa, oficina, lo que sea, basado en un análisis de la estabilidad emocional del sitio.
Muchas veces nuestro ‘sexto sentido’ tiene razón y es capaz de correctamente juzgar un sitio que no conocemos, que de ser calificado como negativo, a veces nos enteramos que justamente ahí sucedieron malas experiencias.
Para definir esto, algunos acuden al concepto de residuo emocional, que sugiere que el ambiente puede contener emociones previamente ‘expulsadas’.
Ciertas investigaciones, incluso, sugieren que el sistema nervioso puede detectar señales químicas en un espacio físico determinado y esto puede tener algo que ver con el sentimiento de ‘buenas’ o ‘malas’ vibras.
Estas llamadas quimoseñales, pueden ser sudor, lágrimas, sonrisas y risas, entre otros. Es lo que puede quedarse en un lugar.
Varios experimentos y un estudio reciente hecho en Holanda indican que las quimoseñales producidas por individuos que sintieron miedo generaron una reacción interesante a otro grupo que después llegó al mismo lugar, a ver si percibían algo.
Los voluntarios empezaron a olfatear y observar toda la habitación y desarrollaron sus propias reacciones de miedo.
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En el mismo experimento, otro grupo originario fue expuesto a manifestar asco y después también se replicó la reacción química en un segundo grupo, que sintió asco también, sin razón alguna.
De la misma manera, el experimento concluyó que el olor corporal de una persona feliz puede influir positivamente en el ánimo de alguien cercano.
Sin embargo, la raíz de estas percepciones sigue siendo un misterio, si vienen de decisiones cargadas de prejuicio o son reflejos de otras experiencias queda poco claro.
La evidencia sigue creciendo y se cree que las emociones humanas no solo son contagiosas, sino también transmisibles sin comunicarse y con capacidad de establecerse en un sitio.
Por esto, “buenas vibras” no es algo que solo puedas poner en tu biografía de Instagram, sino un modo de vida que tal vez todos podemos practicar.
Y en el caso de llenar algún lugar o persona de “malas vibras”, tratar de hacer algo al respecto.