El plan de rescate de EEUU o la reactivación del debate sobre el impuesto mínimo global a las empresas parecen estar allanando el terreno
La pandemia ha colocado los derechos humanos en el centro del debate y, con ellos, la necesidad de que exista una red de políticas públicas que proteja a los ciudadanos ante situaciones imprevisibles. ¿Pero realmente estamos ante un cambio de paradigma?
La renta universal es una prestación que los estados pagarían a todos sus ciudadanos independientemente de sus ingresos para cubrir sus necesidades básicas pero, sobre todo, para dotarlos de algo igual de valioso: la libertad. Esta renta nos permitiría frenar el ritmo vertiginoso en el que vivimos para reflexionar sobre qué tipo de sociedad queremos y disponer, todos, de las mismas oportunidades para construirla. De modo que no solo acabaría con la pobreza, también nos desataría de condiciones de trabajo lamentables y situaciones impredecibles como la pandemia o el desarrollo imparable de la inteligencia artificial, que ya está acabando con una parte de los empleos.
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Un proyecto que parece más real que nunca incluso en los Estados Unidos donde Joe Biden acaba de aprobar un plan de rescate radical con el que otorgará pagos de 1.400 dólares a todas las personas que ganan menos de 80.000 dólares al año, además de cheques de 300 dólares al mes por hijo, de momento, durante un año. Un cambio extraordinario en el rol de la política social del país.
Ventajas de una renta universal básica
Los defensores de este tipo de renta argumentan que el proyecto se podría financiar aumentando el IRPF, el impuesto sobre el patrimonio y el de sucesiones. Pero sobre todo señalan a las empresas multimillonarias, las únicas que se han enriquecido a costa de la pandemia. Por eso los gobiernos están intentando acordar un impuesto mínimo global para ellas. Primero porque detendría la competencia entre países y acabaría con los paraísos fiscales y segundo porque aumentaría la recaudación de los estados, unos ingresos que podrían invertirse en una renta universal básica.
La Unión Europea llevaba décadas planteando tímidamente un impuesto mínimo global a las empresas del 21%. Ahora, incluso los EE UU quieren aplicar esta medida, además de subir los impuestos a sus ciudadanos más ricos. Joe Biden parece la pieza del rompecabezas que podría cambiarlo todo.
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