Cuando tenemos una mascota sabemos que el momento de decir adiós llegará tarde o temprano, y aunque mucha gente no lo comprenda, es un duelo como cualquier otro.
La muerte es un proceso natural pero difícil. Nos llega a todos en algún momento de nuestras vidas, con un conocido, un familiar o incluso una mascota; nuestros mejores amigos. La pérdida de una mascota es un poco diferente al resto de vínculos humanos dado la corta esperanza de vida que tienen la mayoría de los animales. Pero, ¿cómo afronta nuestro cuerpo su ausencia?
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La culpa es la peor enemiga
Así como en cualquier proceso de duelo, la culpa está presente cuando muere una mascota. Aparecen en la cabeza preguntas de todo aquello que se pudo haber evitado y no se hizo. O aquellas caricias que se dejaron de dar. Incluso, algunas veces se plantea si la decisión de sacrificar al animal fue realmente la más acertada. Lo más importante es deshacerse de ellas inmediatamente. Celebra la vida del animal y el amigo que ganaste y todo lo bueno que fuiste capaz de brindarle durante su corta vida.
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Confusión e incapacidad para concentrarse
Es frecuente que tras la partida física de la mascota se haga más difícil realizar ciertas actividades, siendo extremadamente complicado concentrarse en las tareas cotidianas. No te agobies si repentinamente comienzas a extraviar cosas, o simplemente empiezas sentir que no tienes energía para pensar, puede que te lleve más tiempo de lo habitual asimilar todo lo que está pasando.
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¿Olvidar los recuerdos hará más fácil el duelo?
Psicólogos recomiendan que tras la muerte de una mascota se donen sus pertenencias: su cama, sus juguetes y envases de comida. De esta manera tu mascota ayudará a otras simbólicamente. Conservarlos puede que te recuerde constantemente a tu mascota, y no quiere decir que sea algo negativo, pero si está dificultando tu proceso de luto es mejor que te desprendas de ellos.
Culturas como la nuestra no están tan familiarizadas con sentir dolor por la pérdida de un animal, así sea una mascota. Por esto lo mejor es acercarse a un conocido que entienda tu pérdida, que no la subestime y te acompañe en tan difícil proceso.
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