Un niño hindú de 8 años se enfrenta a una posible pena de muerte en Pakistán por incurrir en un presunto acto blasfemo. Se le acusa de orinar intencionalmente en una alfombra de la biblioteca de una madraza islámica el mes pasado.
Los hechos tuvieron lugar en la localidad de Bhong, en la provincia de Punjab, de abrumadora mayoría musulmana.
Los padres del acusado niegan que el niño actuara de forma intencionada. El crío “todavía no comprende cuál fue su crimen y por qué estuvo en la cárcel durante una semana”, aseguran.
Los cargos han conmocionado a los expertos legales. No existen precedentes de acusaciones por ofensas religiosas contra niños de tan corta edad.
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La familia del acusado permanece escondida por miedo a represalias. Muchos otros miembros de la comunidad hindú del distrito conservador de Rahim Yar Khan, en la provincia del Punjab, también han decidido abandonar sus hogares como medida de protección.
“Hemos dejado nuestras tiendas y nuestro trabajo, toda la comunidad está asustada y tememos una reacción violenta”, aseguran los padres del niño. “No queremos volver a esta zona. No vemos que se tome ninguna acción concreta y significativa contra los culpables o para proteger a las minorías que viven aquí”.
“Hemos dejado nuestras tiendas y nuestro trabajo, toda la comunidad está asustada y tememos una reacción violenta”
Las leyes sobre la blasfemia se han utilizado de forma desproporcionada en el pasado contra las minorías religiosas en Pakistán. En el caso del Punjab pakistaní, se estima que el 97% de la población es musulmana, con una mayoría sunita Hanafi y minorías chiítas Ithna ‘ashariyah y Ahmadiya. Los hindúes suponen el 0,2% de la población.
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Según la ley de Pakistán, la blasfemia puede ser penada con la muerte. El uso de la pena capital como castigo de la ofensa religiosa se introdujo en 1986. En la práctica no se han llevado a cabo ejecuciones por cargos blasfemia en el país desde ese año, pero la mera acusación ya supone un riesgo para la vida: los sospechosos a menudo son atacados por turbas que buscan vengar las supuestas ofensas, y en más de una ocasión esos ataques han terminado en muerte.
El niño de 8 años acusado en Bhong se encuentra actualmente bajo custodia policial para su protección por esa misma razón.
La semana pasada una multitud musulmana reaccionó al anuncio de su puesta en libertad bajo fianza a la espera de juicio atacando un templo hindú. Las imágenes que circulan por redes sociales muestran a una turba enojada destrozando el templo con palos y barras de hierro. El Gobierno de la región llegó a desplegar tropas en el área para sofocar cualquier posible tumulto adicional. 20 personas han sido arrestadas en relación con el ataque.
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El primer ministro de Pakistán, Imran Khan, condenó el ataque y prometió ayuda gubernamental para restaurar el templo. Ahmad Nawaz, el portavoz de la policía del distrito de Rahim Yar Khan, ha insistido en que la policía está haciendo todo lo que está en su mano para “arrestar a los culpables”. Entre la comunidad hindú, sin embargo, crecen las dudas y los miedos.
“El ataque al templo y las acusaciones de blasfemia contra el menor de ocho años me ha dejado realmente conmocionado”, dijo Ramesh Kumar, jefe del Consejo Hindú de Pakistán. “Más de un centenar de hogares de la comunidad hindú han sido vaciados por temor a un ataque”.
Kapil Dev, activista pro derechos humanos, pidió al gobierno que se comprometa a “brindar seguridad a la familia y a los que se vieron obligados a huir”. Y añadió: “Los ataques a los templos hindúes han aumentado en los últimos años, mostrando un nivel cada vez mayor de extremismo y fanatismo. Los recientes ataques parecen ser una nueva ola de persecución de los hindúes”.
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