Según el ranking elaborado por Naciones Unidas sobre las industrias más contaminantes y dañinas para el, la moda se situa en el segundo puesto. Solo por debajo de las energías fósiles. Un consumidor habitual compra un 60% más de ropa que hace diez años, y cada pieza se utiliza de media solo 10 veces antes de ser tirada a la basura. Menos del 1% de la producción de textiles en todo el mundo se recicla con usos iguales o similares.
No debería sorprender, por tanto, que en un contexto de crisis climática como el actual y tras una COP que deja clara la urgencia de buscar soluciones, la industria de la moda comience a sufrir regulaciones estatales. Empezando por España.
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A partir del primer trimestre del 2022, la futura Ley de Residuos española prohibirá al sector textil destruir los tejidos. El reciclaje de todas las prendas será una obligación para las marcas. A través de la creación de una nueva figura denominada “responsabilidad ampliada del productor” (RAP), las marcas textiles deberán implementar un “sistema de depósito, devolución y retorno”. Igual que sucede con el cartón, los envases de plástico o las botellas de vidrio, ahora todo lo que produzca la industria textil deberá tener una segunda vida.
La ley también se refiere al diseño de la ropa, que deberá seguir unos patrones que faciliten su reutilización. Nada de mezclar distintos materiales o utilizar adornos excesivos: el futuro del diseño de moda estará marcado por la austeridad.
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La nueva normativa española, que aún continua en trámite parlamentario, prohibirá “la destrucción de excedentes no vendidos de productos no perecederos, tales como textiles, juguetes y aparatos eléctricos, entre otros”. Para quienes no cumplan, la ley prevé una ecotasa que deberán pagar aquellas industrias que contaminen por aquello que no venden. Además de no tirar nada, las firmas deberán sufragar el sistema de reciclaje de toda la ropa de la que nos desprendemos.
Teniendo en cuenta que en España solo se reciclan un 12,16% de las prendas, está previsto que este cambio legislativo afecte directamente a las formas de producción y distribución de las grandes cadenas de moda.
Quienes se oponen a la medida, advierten que los consumidores notarán cómo las prendas suben de precio para que las empresas puedan sufragar los gastos de ese reciclaje obligado. Pero ¿acaso no merece la pena pagar un poco más para salvar al planeta de convertirse en un enorme basurero de ropa barata?
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