El asesinato de Ana Orantes en manos de quien fuera su marido es un recuerdo en la memoria de la sociedad española. Su caso puso de relieve la desprotección de las mujeres maltratadas por sus parejas o exparejas.
Han pasado 25 años del fallecimiento de Orantes, sin embargo, su voz y sus declaraciones todavía resuenan con fuerza. En 1997, concretamente el 4 de diciembre, Orantes acudía a un programa de televisión De tarde en tarde y en él retrataba el horror de sufrir durante 40 años palizas y vejaciones. “Él venía borracho y me daba una paliza porque el vaso estaba boca abajo, o porque la silla tenía que estar en otro sitio ya tenía los palos encima”, contó allí mismo.
13 días después de sus declaraciones, su exmarido, José Parejo, la quemó viva. María Ángeles Carmona, presidente del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, reconoce en unas declaraciones recogidas por elDiario.es la hazaña de la mujer que, sin saberlo, supondría un cambio social sin precedentes. “El impacto del caso de Ana Orantes en la sociedad fue enorme”, porque “removió conciencias y puso negro sobre blanco la situación que día a día vivían, y viven, muchas mujeres”.
Orantes fue el germen de un cambio feminista. Y su historia no solo merece ser contada sino recordada: de familia humilde, sacrificó su educación para poder ayudar económicamente a su familia. A la edad de 19 años, conocía a José Parejo, su novio, marido y asesino. La mujer, recordaría en plató como su padre le decía: “Ana, ese hombre no te conviene, déjalo”.
Se casó amenazada, y Orantes relataba en televisión el por qué, «estando en la Alhambra tomando un refresco me dijo: «Yo ya le he dicho a mis padres y a mis amigos que tú ya estás perdida. Si quieres venir te vienes y si no… voy a levantar la voz y no se te va a acercar ni un hombre más». Pasarían tan solo tres meses antes del primer bofetón. Y cuatro décadas para que la asesinara brutalmente.
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Siete años desde su asesinato en Cúllar Vega (Granada), en 2004, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero sacó adelante la primera Ley contra la Violencia de Género en España. Desde entonces, 1.171 mujeres han sido asesinadas a manos de su pareja o expareja en España.
La hija de Ana, Raquel Orantes lamenta que “mi madre nunca fue consciente del impacto de lo que dijo en televisión” y añade que para su madre “fue una confesión a los cuatro vientos, su forma de decir que la víctima era ella, porque a las víctimas entonces no se las reconocía y hoy, 25 años después, sigue ocurriendo. Fue una liberación, su forma de empezar una nueva vida, pero no se lo permitieron”.
En la entrevista en Canal Sur, la granadina recordaba que había pasado 40 años con miedo, sin poder acercarse a una ventana. “Me pegaba y luego me decía que le perdonara, que eso no iba a pasar más, que no le hiciera caso a un borracho. Yo le creía porque tenía 11 hijos [tres de ellos fallecieron] y no tenía adónde irme, tenía que aguantarlo paliza sobre paliza y todo lo que me decía”. Aseguraba que “le tenía pánico, le tenía miedo, le tenía horror”.
Es desgarrador pensar que aquella confesión, aquel romper el silencio, fue lo que motivó su asesinato.
“Fue a raíz de este caso cuando las administraciones y los partidos políticos tomaron conciencia de que a las mujeres las estaban asesinando por ser mujeres, hizo aterrizar un problema que era muy real”, sentencia la directora de Igualdad y Diversidad Sexual en el Ayuntamiento de Sevilla (España), Teresa García. El Ayuntamiento de Sevilla fue el primer municipio en dedicarle una calle a Orantes y desde allí, García menciona que dicho gesto contribuye a que “los nombres no se borren de la historia, porque las mujeres tenemos nuestra propia memoria histórica”.
El mayor logro de Orantes fue, sin lugar a duda, el social: la concienciación. Después de ella, las asesinadas ya no serían víctimas de «crímenes pasionales», sino de feminicidios, de una guerra contra las mujeres. Poner en palabras y con ejemplos lo que era la imagen de una vida de maltrato fue relevante para la lucha feminista. Todavía hoy sucede, creemos tener identificadas las ‘red flags’, pero seguimos siendo víctimas del silencio y la vergüenza. ¿Continuamos apuntándonos con el dedo en lugar de señalar al responsable?
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