Miguel Cruz vive el campo del sur de Jalisco, México, y se dedica a la crianza de abejas desde hace más de 40 años. Recientemente y por convicción personal, decidió dejar de consumir aguacates y bayas (mejor conocidos como berries), los productos estrella de las agroindustrias más prolíficas de la región.
“Es una forma de protesta y lo único que puedo hacer. Mientras haya quien consuma, va a haber quien produzca”, dice el apicultor, un testigo directo de los efectos devastadores que este tipo de negocios pueden tener en las colmenas.
El uso de pesticidas y la pérdida de hábitat por la deforestación son dos de las principales amenazas que enfrentan las abejas, y en consecuencia, tres cuartas partes de las plantas alimentarias, pues dependen de su polinización.
Cuenta Miguel que su pueblo, Atoyac, comenzó a ser “invadido” por los agroempresarios hace poco más de cinco años. Desde la entrada a la localidad son visibles los campos aguacateros y los invernaderos de berries. Buena parte de los cerros aledaños, que hasta hace poco estaban cubiertos de vegetación silvestre, ahora están tapizados por otro monocultivo: el agave tequilero.
Jalisco presume de ser el gigante agroalimentario de México, por ser el líder nacional del sector. El apicultor explica que los empresarios llegan a pueblos como el suyo y buscan rentar la mayor cantidad de tierra posible. Casi toda la gente acepta el trato, pues representa un ingreso seguro sin inversión ni trabajo de por medio.
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No fue el caso de Araceli Paniagua, la pareja y socia de Miguel, a quien varias veces le han ofrecido poner en renta un terreno que heredó. Le daban 60 mil pesos al año (unos 3 mil dólares) por sus 10 hectáreas, para sembrar aguacate o maguey: “Me rogaron y me rogaron, pero les dije que no estaba en renta. Nosotros tenemos colmenas: ¿cómo voy a dejar a las abejas sin comida por esto?”.
Los aguacates, zarzamoras, frambuesas y demás frutos producidos masivamente son productos de exportación y no suelen comercializarse en los pueblos. “Aquí nomás nos dejan la contaminación”, dice Miguel. “Están contaminando todo”.
La pérdida de las abejas es un problema global, y está comprobado que uno de los factores principales es la utilización de insecticidas neonicotinoides en los cultivos. Estos químicos, similares a la nicotina, afectan el sistema nervioso central de los insectos. Les provoca una parálisis y eventualmente la muerte.
“Las abejas pierden la capacidad de orientación, desarrollan un tipo de alzheimer: se olvidan dónde viven, deambulan y terminan muriendo en el campo”, explica José María Tapia, presidente del Centro de Investigaciones en Abejas de la Universidad de Guadalajara. “Otro grupo de abejas, al sentirse intoxicadas, abandonan la colmena, lo que no ocurre normalmente”.
Según el experto, la desaparición de colmenas en México oscila entre el 15% y el 40%, acentuándose en los lugares donde abunda la agricultura industrializada. “En Jalisco tenemos evidencias de intoxicaciones masivas en los apiarios que están junto a las plantaciones de aguacates, de forma principal, aunque también alrededor de las berries”, dice Tapia.
A pesar de lo anterior, muchos apicultores aceptan colocar sus colmenas junto a estos cultivos, pues el pago que reciben de las empresas puede ser más lucrativo que la propia cosecha de miel.
Y es que, paradójicamente, las plantaciones que enferman y matan a las abejas también necesitan de su polinización. Otros alimentos como el frijol, el chile, el tomate, la calabaza, el café, las manzanas y, en suma, el 75% de las plantas de consumo humano, requieren de los insectos polinizadores para producir sus semillas y frutos.
Las abejas también polinizan los pastos que consumen las vacas, que a su vez son fuente de carne y lácteos. De acuerdo con Tapia, el valor de polinización en los cultivos mexicanos se estima entre 12 y 19 mil millones de pesos [entre 600 y mil millones de dólares].
Por el valor ecológico y económico de las abejas, la Unión Europea prohibió en 2018 el uso al aire libre de tres insecticidas neonicotinoides.
México es el mayor productor y exportador de aguacate en el mundo: la mitad de los frutos consumidos a nivel global crecen en territorio mexicano. Jalisco es el segundo estado de mayor producción, sólo después de Michoacán, y el primero en crecimiento relativo. Entre 2012 y 2017, el volumen de aguacates jaliscienses registró un aumento de 315%, de acuerdo con el Atlas Agroalimentario.
Al fruto también se le conoce como el “oro verde”, por ser la base de un negocio sumamente lucrativo. El valor nacional de las exportaciones en 2017, dirigidas en mayor medida a Estados Unidos, ascendió a 3 mil millones de dólares.
Pero los cultivos aguacateros no solo tienen afectaciones en las abejas. Un documental de la cadena televisiva France 2 muestra diversas problemáticas relacionadas con estas plantaciones a través de testimonios recogidos en un pueblo michoacano. Las más graves son la deforestación, las enfermedades en los trabajadores ligadas a los pesticidas y las extorsiones y la violencia del crimen organizado.
La conciencia sobre dichos efectos negativos está cada vez más extendida. Un chef irlandés, JP McMahon, decidió dejar de servir aguacates en su restaurante. El cocinero reconocido con una estrella Michelin se refiere al fruto como “los diamantes de sangre de México”. Una cafetería en las afueras de Londres anunció algo similar el año pasado.
Por otro lado, las demandas de sostenibilidad de mercados como los europeos, de Japón y Canadá, comienzan a ser escuchadas por algunos empresarios mexicanos del sector. En Jalisco ya hay alrededor de 800 hectáreas de cultivos certificados –de un total de 22 mil– que obtuvieron el visto bueno de la organización internacional Rainforest Alliance.
A través de la certificación, los agricultores acreditan que protegen el ecosistema, no contribuyen a la deforestación, apoyan y protegen especies en peligro de extinción, entre otras buenas prácticas.
Algunos también se han dado cuenta “que están matando a sus amigos los polinizadores”, dice José María Tapia. Él mismo impulsó un convenio que acaba de ser firmado en Ciudad Guzmán (Jalisco) por varias empresas productoras de aguacate y de bayas, la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural del estado y el Centro de Investigaciones en Abejas que él preside.
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“Los agricultores se comprometieron a aportar dinero para proyectos propuestos por nuestro centro de investigación”, explica el académico. Tapia menciona un censo de polinizadores alrededor de los cultivos, la colocación de parches florales para que las abejas tengan donde reproducirse y alimentarse, y programas educativos sobre los agroquímicos que son amigables para ellas.
La producción y el consumo de alimentos orgánicos es cada vez menos un lujo y más una necesidad. Así lo entiende un grupo de mujeres rurales organizadas contra la degradación ecológica de sus pueblos.
“Luchamos por nuestro derecho a la salud y un medio ambiente sano libre de pesticidas y agrotóxicos. Queremos que se respete nuestra vida y se dejen de violentar nuestros derechos”, dice una declaración conjunta de la Red de Defensoras Jalisco, la cual se define a sí misma como una organización ecofeminista.
Araceli Paniagua, la pareja y socia de Miguel Cruz, participa activamente en esta asociación. Ella y decenas de mujeres que trabajan en el campo del sur de Jalisco se reunieron a principios de octubre en Ciudad Guzmán para intercambiar experiencias e imaginar soluciones.
Los alimentos orgánicos que produce cada una de ellas se pueden encontrar en el Mercado Flor de Luna, en Guadalajara, incluyendo la miel, el propóleo y demás productos que dan las abejas de Araceli y Miguel. El principal objetivo de la organización, dicen las mujeres que la componen, es fomentar «una agricultura para la vida, ante la agricultura para la muerte que experimentamos en el día a día».
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