En los años setenta, Vicente Aurelio Flores García se convirtió en Samantha Aurelia Vicenta García. Se despojó de la identidad que le habían dado sus padres como un polluelo que deja atrás su frágil cascarón, pero hasta 2017 no pudo recibir una documentación que reflejara su verdadero yo. Como si no hubiese existido durante más de cuarenta años. “Solo yo sabía que era Samantha. Era mi palabra contra la de los demás. Pero era feliz”, explica a PlayGround.
Ahora, con 85 años, lamenta que para la sociedad los ancianos LGTBI no existan, “como si fueran invisibles”. Para acabar con esta exclusión, Samantha propuso crear un hogar para todos aquellos de los que nadie habla. Se llama Lateus Vitae y es el primer centro público de México destinado al colectivo LGTBI de tercera edad. “Las personas de la tercera edad heterosexuales están olvidadas, abandonadas. Pero las LGTBI somos invisibles, nadie sabe que existimos. Sin embargo, yo estoy viva y sigo trabajando. Con este centro recordaremos que estamos aquí. ¡Que nos dejen brillar!”, sostiene Samantha.
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En un país en el que la homofobia y la transfobia habitan en las entrañas de la sociedad, la tarea de Samantha no es fácil. Como explica a PlayGround Alex Orué, el coordinador nacional de la organización que defiende los derechos del colectivo LGTBI en el país, It Gets Better Mexico, a día de hoy se perpetran con demasiada regularidad crímenes de odio que, en la mayoría de las ocasiones, las víctimas no denuncian por temor a sufrir represalias de la policía.
Muchos casos han acabado en asesinato. Según el informe de la Comisión Ciudadana contra Crímenes por Homofobia (Ccccoh), entre 1995 y 2015 se cometieron 1.310 homicidios contra los que no tienen una “sexualidad convencional”, 265 de ellos eran personas transgénero. A pesar de que, según Orué, las personas de las tercera edad pertenecientes al colectivo no corren los mismos riesgos que el resto de ser agredidos por el simple hecho de ser ancianos, se encuentran en una situación extremadamente vulnerable.
Aquellos que cuentan con un apoyo familiar que les lleve a un asilo ordinario, viven un entorno hostil en el que están rodeados de personas de su generación que no aprueban ni la homosexualidad ni la transexualidad. Los que no tienen familia o han sobrevivido a sus parejas suelen pasar sus últimos días en soledad. “De repente dejas de verlos. Muchos fallecen en casa solos sin que nadie se percate de su ausencia hasta pasados los días”, relata Orué.
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Antes de convertirse en la activista que lleva 22 años luchando por los derechos de la comunidad LGTBI y por ofrecer una mayor calidad de vida a personas con VIH, Samantha también sufrió discriminaciones en una época en la que la intolerancia era mucho más terrible que ahora. Pero al cambiar su identidad a los 36 años, se dio cuenta de que la vida podía sonreírle. “Nunca me había sentido mujer. Pero en aquel momento empecé a sentirme feliz. Veía que era bonita, que los chicos me cuidaban, que mis novios me halagaban… Vivía en un sueño”.
Los ancianos LGTBI que van a un asilo se encuentran en un entorno hostil, rodeados de otras personas de su generación que no aprueban la homosexualidad. Los que no tienen familia o han sobrevivido a sus parejas suelen quedarse solos
En esa época, el sueño de sentirse integrado podía explotar como una burbuja de jabón en cualquier momento. Los transgénero se exponían al riesgo de que su familia les diera la espalda, de que sus amigos les rechazaran y de quedarse con la prostitución como única opción para ganarse la vida. Pero Samantha reconoce que tuvo suerte.
Nadie se apartó de su lado y sus amigos se ocuparon de que nunca le faltara trabajo. Siendo relaciones públicas de una revista gay y de varias discotecas, sobrevivió. “Así es como llegué hasta aquí. El 50% de lo que soy se lo debo a mis padres y el otro 50% a mis amigos. Creo que si no llegué a ser del todo invisible fue gracias a ellos”.
Samantha recuerda los abusos policiales en los que los transgénero eran arrestados por cometer “faltas contra la moral” o por pasearse públicamente con un atuendo “femenino o de mariquita”. También fueron muchos los pandilleros que se beneficiaron de su vulnerabilidad haciéndose pasar por agentes de policía. Para librarse de unos y otros no quedaba más opción que pagarles sobornos. Untos para no ser encerrados en una celda. “Fui afortunada al estar protegida por mis amigos y no tener ninguna experiencia de este tipo. Pero el miedo siempre estaba allí”.
Lateus Vitae
Ahora, Samantha quiere que aquellos que se sintieron discriminados por la sociedad o apartados por sus familias en algún momento de sus vidas encuentren en Lateus Vitae un faro de esperanza. Un hogar en el que se sientan protegidos siendo ellos mismos. “Lo que hago es luchar para que mis hermanas transexuales estén mejor”. Aunque asegura que también aceptarán ancianos que no pertenezcan al colectivo LGTBI, ya que el rechazo al otro no tiene cabida entre las paredes del futuro asilo. “Fuimos discriminados toda la vida. Así que nosotros nunca haremos lo mismo”.
“Lo que hago es luchar para que mis hermanas transexuales estén mejor”
Hoy su sueño está más cerca que nunca de hacerse realidad. El centro es un proyecto piloto que ha cogido como referente otros similares de España, Argentina o Alemania y que aspira derrumbar el mito de que son un colectivo inexistente. “Es una semilla de la cual espero que en 10 o 15 años broten hogares similares en otras ciudades. Estoy segura de que detrás de mí vendrán otras personas para ayudar a los ancianos invisibles”.
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