El turismo está ya por encima de la vivienda y de la pobreza como número uno en el ránking de preocupaciones de los vecinos de Barcelona.
Y no, no hace falta ser un antisistema que quiere quemar hoteles o un chavista o un bolchevique para no celebrar por todo lo alto que llegue más gente. Tampoco para pensar que es un poco excesivo lo de las aceras siempre saturadas y los precios de los pisos disparándose, en parte, por el alquiler de apartamentos turísticos y por las decenas de guiris tumbados en la playa con su botella de vodka un martes cualquiera.
Pero tampoco hace falta ser Margaret Thatcher o la CIA para preguntarse hasta qué punto hay que intervenir en el libre mercado, no hace falta ser un capitalista voraz para agradecer los empleos que se han creado a partir del turismo.
Sí, en este debate polarizado como todos los que se reducen a un “a favor” y “en contra”, uno puede ser crítico con la masificación turística e irse de vacaciones a un bonito destino costero. ¿No?
En esta guerra de bandos, en este cruce de gritos, una voz emerge con temple y un discurso desconcertante: el modelo de turismo masivo tal y como se ha explotado en Barcelona y España ni siquiera es bueno desde un punto de vista capitalista. No nos hace más prósperos económicamente.
Se llama Miquel Puig, es doctor en economía y se define como institucionalista. Después de ocupar varios cargos públicos en la órbita del gobierno de centro-derecha catalán, ha ejercido también como director general de Abertis Airports, empresa de infraestructuras. O sea, que está bastante más cerca del sistema que de la revolución.
¿Cuál es el punto de partida de Puig para que asegure que “relacionar el turismo con la prosperidad en Barcelona y en España es una gran estafa”? Un hecho que se repite, si se pone el ojo en diversas regiones, es el siguiente: “La renta per cápita de Baleares es bastante más baja que la renta per cápita de la provincia de Lleida. Y hace treinta años, esto no era así. O sea, que Baleares ha apostado locamente por el turismo, que ha crecido muchísimo, pero su renta per cápita no ha mejorado en relación a otros territorios que no tienen tantas visitas”.
Los ejemplos son ilustrativos: una de las regiones con más turismo de España con otra que no lucha por el top ten. Además, también en empleo, las cifras son mejores en Lleida que en Baleares.
¿Dónde está el truco? ¿Cómo nos han colado que el turismo es la gallina de los huevos de oro? Pues bien, el truco es que “el turismo paga muy mal a los trabajadores” y eso genera que la riqueza acabe solo en manos de unos pocos.
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En efecto, un documento del Ayuntamiento al que PlayGround tuvo acceso, muestra que el salario medio anual de quienes trabajan en alojamientos turísticos es de 21.869 euros anuales (menos que el PIB per cápita de España). En el caso de la restauración, la cifra cae a 13.490 al año y 12.592 si eres mujer.
Trabajadores de la hostelería se manifestaron el pasado 18 de junio en Barcelona por un nuevo colectivo que haga que los trabajadores puedan “recibir la parte que corresponde de esos récords que se baten año tras año”, en palabras de Jesús Lodeiro, de UGT, a El País.
La cosa se pone más fea en el caso de las subcontratadas de la limpieza. “Es indignante que en un país sea legal pagar un sueldo por debajo del lindar de la pobreza (que en España está fijado en los 700 euros mensuales)”, dice Puig. “Con este tipo de apuesta por el turismo que hace Barcelona, entrará más dinero y vendrá más gente, pero cada vez tendremos menos prosperidad”.
“El modelo turístico del Mediterráneo español no aumenta la prosperidad ni ayuda al pleno empleo aunque genere muchos trabajos. La prueba es que zonas más turísticas tienen menos renta per cápita que otras no turísticas”, resume.
Por cierto, ¿qué pasa con Lleida, que “no ha encontrado petróleo ni tiene Silicon Valley”, comenta Puig? “Que el modelo productivo agroalimentario es más robusto que el turístico”, responde.
La pregunta que el gobierno autonómico catalán lanzó rebota ahora hacia Puig: ¿Dónde estaría Barcelona sin tanto turismo? Su respuesta: “Si no lo hubiéramos explotado tanto, seguramente estaríamos mejor. Aunque no puedo demostrarlo”.
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La cuestión parece tener difícil arreglo: queremos menos turistas y mejores sueldos en el sector. Lo queremos todo. Por un lado podríamos pensar que el decrecimiento es la solución pero por el otro queremos que el dinero del turismo siga enriqueciendo a la ciudad.
La solución para Puig es muy fácil: “aumentar los precios”. “No para que ganen más los empresarios, sino para que cobren más los trabajadores. Así, podemos conseguir que vengan menos turistas y que los trabajadores tengan mejores condiciones”. Y además, más impuestos irían a las arcas del Estado.
Ahora mismo, el principal enemigo de esta medida que se antoja tan simple es la reforma laboral de 2012. Esta ha ayudado a disminuir el desempleo pero también los salarios, así como ha permitido un aumento de la precariedad y la subcontratación (que muchas veces es la causa de la precariedad). Incluso en el Gremi d’Hotels reconocen que se permiten sueldos demasiado bajos en la limpieza terciarizada.
Desde el punto de vista de Puig, en general, “tener salarios dignos en los países europeos ayuda a los más pobres porque sirve para que algunas fábricas se vayan hacia allí”. Después las instituciones y los trabajadores del país tendrán que luchar para que el progreso se reproduzca en ellos.
En el caso del turismo, según el economista, ese modelo también sirve: “Hay quien dice que si subimos los precios los turistas se irán a otros países más baratos, pongamos Túnez. Yo lo que digo es que si subimos los precios mejoramos aquí y podemos abrir las puertas a que esos otros países reciban más turismo”.
¿Es entonces Puig, en realidad, un economista de izquierdas a pesar de haber orbitado cerca de la centro-derecha? Él responde citando una frase de Ortega y Gasset: “Ser de derecha o ser de izquierda es una de las infinitas maneras que se elige para ser un imbécil”.
La base de su ideología, que retrata en su libro La gran estafa: Una propuesta económica para sacar a España de la mediocridad (Pasado y Presente, 2015), es que “la salud económica depende de la salud de las instituciones y no de la demanda o los mercados”.
Y, aunque reconoce un postulado tan de izquierdas como que “la sociedad civil y la lucha de los trabajadores ayudan a mejorar las instituciones”, también es capaz de elogiar a Merkel como una de las políticas “que se preocupan realmente por el bienestar de los ciudadanos” y eximirla de culpa en las duras condiciones impuestas al rescate de Grecia, que para él son, sobre todo, responsabilidad “de los malos gobiernos griegos”.
Detrás de cada visión del turismo, hay una visión económica del mundo: aquella en la que manda el dinero y el negocio o aquella en la que los vecinos, como Astérix y Obélix, resisten a las agresiones del capitalismo y la globalización (al tiempo que participan de ellos), como si fueran los romanos.
El modelo turístico de Puig se adecúa a esa visión de capitalismo responsable que desconfía de las ideologías más deterministas. O resumiendo: una Barcelona ideal no es aquella en la que la mitad de los turistas dejan de venir ni tampoco aquella con margen infinito de crecimiento, en la que vienen cada vez más y más turistas.
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