“Somos la generación extinción”, me respondió Alberto, un joven activista. Los demás, para mi pasmo, asintieron sin ningún atisbo de duda en sus rostros. De esa respuesta nació El Futuro es Ahora, una macroencuesta a la juventud española que pudimos presentar, meses más tarde, en el congreso de los diputados. “¿Cómo podía ser que sintieran que no tenían futuro?” “¿Cómo habíamos llegado hasta aquí?”, me pregunté mientras escuchaba sus testimonios. “Cuando 150 especies de animales mueren a diario, Isaac, debido a los efectos de la crisis climática”, dijo una compañera de Alberto, “es muy fácil ver un agujero negro cuando una piensa en el futuro”.
Según la encuesta, El futuro es Ahora, liderada por PlayGround, que contó con la colaboración de la Universidad y Bussines School ESIC y la Fundación Ashoka, el 85% de los jóvenes en España no se siente representado por ningún partido político. Los discursos de odio, la poca diversidad en el congreso o la incapacidad de pensar a largo plazo, son algunos de los motivos para su desafección. “Y todo ello, en un ecosistema informativo donde una no sabe si lo que está viendo es verdadero o falso”, anotó una de las más de 13.500 personas que participaron. El reciente asalto al capitolio de los EEUU, ahora se hace evidente, fue el perfecto símbolo de esta sinrazón. La etimología de Capitolio, no en balde, es “cabeza”. Aquel fatídico 6 de enero de 2021, pues, nuestra democracia mundial perdió definitivamente la sesera.
Pero no se quieren lamentar. Quieren actuar. De los datos que presentamos a los diputados, hubo una declaración que iluminó por completo la sala aquel día en el congreso: “¡creemos más que nunca en el potencial de la democracia!”. No se sienten representados, pero siguen creyendo en la deliberación democrática. Eso sí, en una democracia que se abra (utilizan el verbo “abrir”) a toda la diversidad humana, además de la biosférica. Su visión política sería, entonces, una suerte de parlamento que tuviese en cuenta a los humanos, los animales y a las especies vegetales. Gaia: el organismo político al que llamamos “tierra”.
Le pregunté: “Si nos vamos a extinguir, ¿por qué estáis dedicando vuestra vida a intentar cambiar el mundo? ¿De qué sirve creer en el cambio, si no tenemos futuro?”
La salud democrática en el mundo está en su peor momento. Según el último informe del instituto Vdem, el 70% de la población mundial vive bajo una autocracia (régimen político en el que una sola persona gobierna sin someterse a ningún tipo de limitación). Diez años antes era el 48%. Si le sumas que durante la pandemia muchos pensaron que la solución, ante un mundo en caos, no era la democracia, sino el autoritarismo de gobiernos como el de China, pareciera que estuviéramos abocados a elegir entre dos terribles opciones: fascismo o destrucción. O lo que es lo mismo: una solución trampa.
En el siglo 500 antes de Cristo, los griegos se atrevieron a soñar en un sistema de gobernanza que diera el poder al pueblo (Demo- pueblo; Kratia- poder). 2.500 años más tarde, en una calle mugrienta de la Inglaterra de Margaret Tatcher, a finales de los setenta, los ciudadanos de Londres amanecían con una pintada en la pared que rezaba: “No future”. De ahí nació el movimiento Punk. Décadas más tarde, durante aquel encuentro con el grupo de jóvenes activistas, me acerqué a una de ellas, inquieto, y le pregunté: “Si nos vamos a extinguir, ¿por qué estáis dedicando vuestra vida a intentar cambiar el mundo? ¿De qué sirve creer en el cambio, si no tenemos futuro?”. “Muy sencillo”, me respondió. “Porque luchar por nuestros derechos, y por la dignidad del planeta tierra, es el único psicofármaco que ya nos queda para salvarnos de esta depresión. Y porque (risas) a lo mejor, quién sabe, aún nos quede otra oportunidad.”
Sigue en Spotify el podcast basado en la encuesta ‘El futuro es ahora’ que quiere dar voz a la juventud de este país.
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