La crisis económica es global, cambian los niveles. La crisis ambiental es global, cambian las condiciones de cada región. Y así pudiéramos nombrar infinidades de problemas que unifican una causa: el mundo. ¿No debería entonces haber un gobierno global?
Depende de qué nos imaginamos con esto, en principio lo imaginamos con una causa justa y democrática, porque no debe ser muy divertido tener un tirano como emperador del mundo.
Pero algo así, una especie de ‘Gobierno de la República del Mundo’, que para muchos políticos ya no es una cuestión imposible. George Papandreou, ex ministro de Grecia, asimilaba hace casi una década que un gobierno mundial se estaba construyendo.
También hacia énfasis en que se debían establecer las condiciones necesarias. En ese sentido, parecemos estar diplomáticamente de acuerdo, pero separados realmente bajo la sombra de las decisiones de líderes mundiales.
Si hay un acuerdo en el «qué» de una causa, como es el cambio climático en el tratado de Paris, pero no en el «cómo», estamos perdidos.
Estas fueron las declaraciones de tres presidentes después de una reunión de dicho tratado este año:
«Los países necesitamos tomar acciones para crear industrias del futuro, que serán las que traigan el beneficio económico de la energía renovable y su boom, que ya está aquí«, declaró Joe Biden, presidente de Estados Unidos.
A su vez, el presidente de China, Xi Jinping, dijo que «Debemos estar en armonía, el hombre y la naturaleza. Todas las cosas que crecen viven en armonía y se benefician de la naturaleza. La madre naturaleza nos ha alimentado… Debemos protegerla»
A su vez, Vladimir Putin, jefe de estado de Rusia, aseguró que «El CO2 se puede quedar en el aire cientos de años… Es importante pensar en la tarea de absorber el CO2 que se ha acumulado en la atmósfera».
Es raro. El ruso cuestiona la principal meta del tratado internacional más importante de nuestros tiempos, que es reducir las emisiones de CO2, el norteamericano parece pensar en solo el beneficio económico y el chino… Bueno, parece evadir algo.
Esto es insólito, viniendo de tres de los países más poderosos del mundo (y más contaminantes). Es difícil imaginar un gobierno mundial con tantos intereses nacionalistas de por medio, sin tomar en cuenta lo arraigadas que están ciertas civilizaciones a sistemas sociopolíticos.
Después de la Guerra Fría, solo se ha visto un incremento en hacer política basada en los intereses de los países, cuando ese ya no debería ser el discurso.
El ejemplo perfecto es la Unión Europea: el grupo de naciones más importante del planeta, peleando con uno de sus más relevantes miembros. Todo por no ponerse de acuerdo.
Si lo pensamos estructuralmente es un reto, la UE lucha con los votos de sus miembros, jefes de estado, para lograr la unanimidad de un asunto.
Pero si pensamos en el poder político hegemónico o una red de poder que resida en un grupo, elegidos democráticamente, pero con la potestad de tomar decisiones sin el consentimiento de absolutamente todas las personas de la Tierra, sería posible un gobierno mundial.
En nuestra historia hay ejemplos, que han funcionado bien y mal, como las monarquías. Poderes impuestos hasta ‘divinamente’ que han sido respetados y que, a la larga, se han visto forzados a decidir en favor de los pueblos.
Para Sócrates la vida sin examinarse no valía la pena vivirla y sucede lo mismo con los sistemas políticos; si bien el comunismo no se ha llegado a implementar del todo en ninguna parte del mundo, el capitalismo sigue demostrado imperfecciones cada vez más fáciles de notar.
Entonces hay que cuestionar, también a la democracia: ¿Somos capaces de elegir lo que más nos conviene?
En algún momento, los imperios europeos justificaron atrocidades para ‘traer’ la civilización a otros pueblos, también el imperio británico soñó con gobernar el mundo. Igual que Estados Unidos.
Hitler se imaginaba gobernando Europa y posteriormente el mundo, también Napoleón. Lenin, Mao y Stalin seguidos por otros líderes, configurarían la bandera del comunismo como un instrumento para disolver fronteras y eventualmente ‘unir’ al planeta.
Después de la Primera Guerra Mundial, desde la presidencia norteamericana de Woodrow Wilson, se hablaba de crear un solo sistema para todos, más liberal y democrático, donde las naciones afrontaran juntas las amenazas, en ese momento, enfermedades y guerras.
Entonces se creó la liga de naciones con un consejo que puso a discutir a los países democráticos, pero se ‘caía’ en materia de autoridad.
De la misma forma, no evitó la Segunda Guerra Mundial ni los conflictos posteriores, aunque los errores dejaron huella y eventualmente se creó la muy criticada hoy en día, Organización de Naciones Unidas.
La conferencia que inauguraba su fundación hablaba de estos ideales mencionados anteriormente de autoritarismo y democracia, hay principios, todavía hoy establecidos, que así lo demuestran.
Miembros permanentes del consejo de seguridad, eran (y son) el Reino Unido, China, Estados Unidos y Rusia. Países muy diferentes y muy poderosos que conformaban una especie de ‘policía global’. Francia fue agregado después, como una especie de cortesía.
La paz y la seguridad eran su misión, una que tal vez no tomaron muy en serio o exclusivamente a conveniencia, pero esos pilares dieron paso a la OMS y otras organizaciones.
Hoy en día, todas burocratizadas. El cambio climático y la poca urgencia por solucionar la pobreza mundial, a pesar de los avances tecnológicos, son el más vivo ejemplo.
Para hablar de un gobierno mundial se requiere más que crear instituciones formales, sino más bien mezclar los sistemas que ya tenemos. Complementar.
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Bien pudiera la Interpol trabajar con ONGs de prevención de violencia doméstica o trata de blancas o esclavitud infantil, pero plenamente y con toda la autoridad que se requiere, no con la bota de un gobierno más poderoso dictando cuando se actúa y cuando no.
Estamos más necesitados que nunca. La pandemia por la Covid-19 demostró, como señaló Bill Gates y años atrás, Stephen Hawking, que vendrán problemas de competencia mundial para los que no estamos preparados.
Ningún país, por más avanzado, se quedó sin afectaciones. Ninguno demostró tener un sistema de salud perfecto.
Si bien hubo un esfuerzo por crear una vacuna, se sintió como un negocio, como una alianza entre empresas poderosas y estados, con los países más pobres a la espera.
Así que sí, deberíamos pensar en esa línea socrática, repensar en cómo distribuir el poder porque al final, ¿a quién le responde un presidente, rey o primer ministro?
Autoritarismos modernos como el de Maduro, Ortega o Díaz-Canel existen. Nadie exige cuentas a los gobiernos de China, Rusia, Corea del Norte por su poderío. La ONU no puede, por ejemplo… O no quiere.
Los obstáculos políticos son gigantescos y no están al asomo de solucionarse y ahí entra el factor democrático, autocriticarnos para entender qué tanto estamos exigiendo.
No es bonito lo que nos depara el futuro por como se está configurando el presente, pero por lo menos ya sabemos qué es lo que necesitamos: una máxima instancia que si quiera hacer su trabajo.
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