Linda Taylor tiene 70 y por más de 20 años ha vivido en Minneapolis, Estados Unidos. Su rostro es conocido por todo el vecindario y es una anciana que se ha sabido ganar el afecto de la comunidad.
Así quedó demostrado el pasado 13 de junio cuando sus vecinos recaudaron más 275 mil dólares para comprar y regalarle la casa a Tylor. La mujer iba a ser desalojada del lugar.
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El caso de Linda Taylor es peculiar. Hace unos años la casa donde ella vive era de su propiedad, pero la vendió cuando quiso incursionar en el negocio de bienes raíces. Desde entonces (15 años), vivió allí en alquiler.
A inicios de 2022 la anciana recibió un aviso de su arrendador en donde le exigía que abandonara la casa porque pensaba vendarla. En ese momento el sujeto pedía casi 300 mil dólares por la vivienda, una suma que Taylor no podía permitirse.
«No podía dormir, no podía comer. Me sentí realmente derrotada. Sentí que me habían quitado el mundo. Mi casa significa todo para mí», dijo la anciana en una entrevista con Washington Post.
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Y es que la situación económica de Taylor no es la mejor. La pandemia del coronavirus le quitó su única fuente de ingresos. Sus ahorros le permitieron pagar la renta por los últimos meses por lo que el aviso de desalojo la tomó por sorpresa y le dejó las manos atadas.
Una tarde cualquiera la mujer se abrió y le contó todo lo que estaba ocurriendo a su vecino Andrew Fahlstrom. Desde hace años ambos tienen una amistad muy cercana.
Fahlstrom aprovechó que Linda Taylor era una mujer conocida en la comunidad por sus obras de caridad y se contactó con todos los vecinos para comprar la casa y obsequiarla a la anciana.
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En pocas semanas los vecinos negociaron la vivienda con el dueño, el cual estuvo dispuesto a bajar 25 mil dólares al precio inicial. El 30 de junio el negocio ya estaba hecho.
«Todos creíamos colectivamente que íbamos a hacer lo necesario para mantener a la señorita Linda aquí. Mucha gente conoce y ama a esta mujer», dijo el sujeto.
Mientras tanto, Linda Taylor dice que organizará barbacoas y preparará de cenar a cualquier vecino que quiera visitarla como una forma de retribuir en algo la generosidad de sus amigos.
«Sabía que mis vecinos me amaban, pero no sabía cuánto», sentenció.
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