Toda mi infancia me he sentido más pequeño que los demás por mi homosexualidad y por mis kilos de más. Me pasaba los días reprimiendo cualquier gesto o comentario que pudiera dar a entender que me gustan los hombres, mientras temía las clases de educación física por si alguno de mis compañeros me llamaba gordo delante del resto. Confiaba en que al alcanzar la llamada edad adulta la comunidad LGTB+ me aceptaría tal y como soy. Pero estaba equivocado: No todos los gais son inclusivos.
Hace unos días por Grindr, la famosa aplicación de chicos para ligar y conocer a otros chicos, me llamaron “gordo”. Concretamente me dijeron: “Estás gordito, si estuvieras delgado, te follaría”. Así, sin anestesia y sin empatía, como si me estuviera perdonando la vida.
Para quien no lo sepa, hacer scroll por Grindr es como dar una vuelta por una carnicería y elegir el muslo que mejor color tiene. Es cierto que en esta app he encontrado a grandes amigos, sin embargo, no deja de ser una plataforma que fomenta una cosificación constante de la belleza y del cuerpo del hombre. Si no cumples con unos cánones normativos ni con unos estereotipos de delgadez, cuerpo de gimnasio y belleza sexualizada de anuncio, terminas quemado en la hoguera de la indiferencia.
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Discriminado por el colectivo que suponía mi aliado, compartí el mensaje en mis redes sociales y la respuesta que recibí fue sorprendentemente reveladora: centenares de chicos gais me confesaron que también habían sido víctimas de gordofobia. Unos pocos, en su mayoría hombres homosexuales que cumplen con el canon del deseo de Grindr, recriminaron mi mensaje y me aconsejaban que aceptara el rechazo. Discrepo rotundamente: se puede rechazar a un compañero sexual, sí, pero sin humillar ni destripar la autoestima del prójimo.
Fue entonces cuando sentí decepción con parte de la comunidad gay. ¿Cómo puede ser que un colectivo que ha sido perseguido y sigue siendo perseguido por el mundo heteronormativo decida darle la espalda a sus propios hermanos? Juntos hemos conseguido el tan ansiado matrimonio igualitario, poder cogernos de la mano libremente por la calle, sentir menos miedo a que nos den una paliza por ser quienes somos y también que los gobiernos comenzaran a responder a la crisis del SIDA.
En lugar de gastar nuestros esfuerzos hiriéndonos entre nosotros, volvamos a tendernos la mano. Somos una comunidad que siempre se ha opuesto a la norma y, cuando nos hemos querido y nos hemos cuidado entre nosotros, hemos sido muy fuertes. Qué más da lo que marque la báscula dictatorial, qué más da nuestra raza, qué más da si somos más o menos femeninos. Respetémonos porque si nos acomodamos perderemos muchas batallas que aún estamos a tiempo de ganar.
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