En 1993, un estudio publicado en la revista Science causó revuelo en la comunidad científica al postular un vínculo entre la homosexualidad masculina y un segmento concreto de ADN. La investigación se basó en el análisis genético de 40 parejas de hermanos gemelos homosexuales. Los investigadores descubrieron que 33 de esas parejas (o el 64%) presentaban los mismos marcadores polimórficos —o sea, las mismas variaciones— en la parte final de su cromosoma X, concretamente en el marcador genético Xq28. El estudio parecía asentar científicamente el concepto del ‘gen gay’.
Desde aquel paper, la idea de que la orientación sexual masculina pueda estar determinada genéticamente ha sido objeto de controversia tanto en los medios de comunicación como en la comunidad científica. Decenas de investigaciones han abordado el asunto con conclusiones dispares. La última de esas investigaciones es, de hecho, el mayor estudio realizado nunca sobre la influencia de la genética en el comportamiento sexual. Y su conclusión es, esta vez sí, rotunda: no existe un gen de la homosexualidad.
“Podemos decir con seguridad que no hay ni un solo determinante genético, ni un solo gen para el comportamiento o la orientación sexual hacia el mismo sexo”, zanjan los científicos.
En la primera parte del estudio, los investigadores analizaron información de 477.522 personas. Por un lado se les hizo contestar a un cuestionario que incluía preguntas sobre identidad sexual, atracción, experiencia sexual y fantasías. 26.827 personas indicaron haber tenido relaciones sexuales con gente del mismo sexo. Luego compararon esos datos con millones de marcadores de ADN de sus respectivos genomas, recolectados a través del proyecto UK Biobank.
En la segunda parte del estudio, el equipo se fijó en las variantes genéticas que pudieran mostrar alguna conexión significativa con la homosexualidad. Encontraron cinco marcadores genéticos que ofrecían un vínculo claro con el comportamiento homosexual. Sin embargo, comprobaron que cada marcador tenía un efecto muy pequeño por sí solo en la conducta sexual (menos del 1% sumando los cinco marcadores). No eran factores predictivos.
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“Nuestra investigación muestra que no hay un único gen gay, sino más bien muchísimos genes que influyen en la probabilidad de que una persona tenga parejas del mismo sexo”, explica el genetista Brendan Zietsch, director del Centro de Psicología y Evolución de la Universidad de Queensland, en Australia.
“No hay un único gen gay, sino más bien muchísimos genes que influyen en la probabilidad de que una persona tenga parejas del mismo sexo”
Como ocurre con otros rasgos humanos, la conducta sexual se explica como una compleja suma de múltiples factores. Las variantes genéticas influyen. Pero Zietsch y sus colegas opinan que los factores ambientales juegan un papel más importante, de la misma manera que influyen de manera determinante, por ejemplo, en la altura de las personas.
“En este caso, la palabra ambiental solo significa que no son influencias genéticas”, matiza Zietsch. “No tiene por qué ser nada relacionado con la educación o la cultura. Podrían ser efectos biológicos no genéticos o el ambiente prenatal en el útero. Nuestro estudio no arroja luz sobre estas influencias”.
En su análisis del enorme caudal de datos con el que han trabajado, los investigadores han encontrado que existe una correlación estadística entre la predisposición genética al comportamiento homosexual y algunos rasgos de la personalidad. ¿Cuáles son esos rasgos? Cosas como la apertura a nuevas experiencias, el sentimiento recurrente de soledad y la tendencia a los comportamientos de riesgo. También la predisposición a los problemas de salud mental, que son desproporcionadamente comunes entre la comunidad LGBTQ. “Una posibilidad es que el estigma asociado a la homosexualidad provoca o exacerba los problemas de salud mental. Esto podría crear una correlación genética ”, dice Zeitsch.
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Más allá de su refutación de la existencia de un ‘gen gay’, los autores del estudio explican que sus descubrimientos ponen en cuestión que la sexualidad exista en una única escala.
“Los resultados sugieren que no deberíamos medir la preferencia sexual en un solo continuo de heterosexual a homosexual, sino más bien en dos dimensiones separadas: atracción por el mismo sexo y atracción por el sexo opuesto”
El estudio tiene limitaciones, como reconocen sus propios autores. Entre ellas, el hecho de que toda la información provenía de testimonios personales que podían estar sesgados. O que la muestra se basara únicamente en personas de ascendencia europea (y mayoritariamente blancas). Por eso los expertos implicados animan a poner en marcha nuevas investigaciones con muestras de población aún mayores que permitan comprender mejor la interacción entre el entorno y los genes.
“Esperamos que nuestros resultados ayuden a reformular la manera en que se mide el comportamiento sexual y que se haga en colaboración con la comunidad LGBTIQ+ y los grupos de interés”, dice Andrea Ganna, autor principal del estudio. “El comportamiento sexual diverso es una parte natural de la variación humana general”, añade.
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