Coches con piloto automático, drones mensajeros, call centers, Siri, algoritmos que nos recomiendan qué consumir. Las máquinas nos vigilan y deciden por nosotros en muchos aspectos de la vida. Algunas incluso hacen “mejor” nuestro trabajo —más rápido, más barato, a mayor escala— y, por ello, nos reemplazan.
Esta dinámica está eliminando el factor humano en la vida cotidiana, en millones de puestos laborales; y, sin que ‘realmente’ importe si perjudica a los de carne y hueso, el beneficio inmediato de lo automatizado da vía libre al imperio de máquinas sobre personas.
El último avance de esta supremacía está ocurriendo en Wall Street: robots están tomando decisiones económicas más rentables que los brokers, según analiza Bloomberg Businessweek. “Entonces, ¿para qué queremos a un humano?”, se preguntarán los altos mandos capitalistas.
Toda la data que los robots pueden almacenar, combinar y examinar para tomar iniciativas y crear reportes sobrepasa cualquier capacidad humana. También influye lo emocional: sin relaciones de por medio que puedan herir sentimientos, tampoco habrán conflictos de intereses. Ningún lobo de Wall Street podrá quejarse sobre un cliente maleducado o impaciente.
Los más escépticos y románticos aseguran que las máquinas nunca podrían sustituirnos del todo, que son incapaces de mantener conversaciones reales, con matices específicos para cada momento, con la convicción propia e innata de un verdadero salesperson.
Pero en New Constructs, una de las compañías de investigación financiera más reputadas, creen que esto no puede estar más alejado de la realidad: los robots también pueden analizar diálogos personales y aprender a rebatirlos, y de una forma mucho más veloz que las personas.
No es la primera vez que vemos un fenómeno así, y cada vez es más común. Recientemente, el periodista y crítico cultural Jorge Carrión exponía en The New York Times: «Es verosímil pensar que, cuando hagamos un balance colectivo de la gestión de una epidemia que la informática detectó antes que la Organización Mundial de la Salud, no será extraño que se decida dar más poder de decisión a las máquinas. Mientras tanto, se habrá incrementado exponencialmente nuestra dependencia de las interfaces».
Pensar y opinar se están convirtiendo en virtudes que pocos aprecian. Ahora, importa más lo que se pueda medir. ¿Cuánto impacto tiene sobre un magnate afortunado la vulnerabilidad que enfrenta la comunidad transgénero versus los dígitos de su cuenta bancaria? ¿Cuánto importa para internet la historia de una madre que busca a su hijo asesinado por el narco si la gente no le da like?
Hoy necesitamos a las máquinas tanto o más de lo que ellas nos necesitan. Desplazarnos diariamente una hora para ir a la oficina en cualquier transporte; operar un cáncer; embarazarte si eres estéril; potabilizar agua en masa; hacer videollamada con nuestra familia situada a 12 mil kilómetros de distancia. Los miles de millones de personas que hoy teleestudian o teletrabajan dependen de artefactos automatizados.
Simplemente, las máquinas lo hacen todo demasiado fácil: “Oye, Siri, cuántos gramos de arroz necesito para hacer una paella para dos personas?” 103 mil resultados en Google, probablemente todos correctos —excepto los que tengan errores de conocimiento humano.
Quizás llegue el punto en que parezca que las máquinas ya no aprenden nada de nosotros, sino que somos nosotros quienes aprendemos todo de ellas. Será una especie de insurrección robotizada. Como cuando llegó la revolución agrícola y los individuos dejaron de ser cazadores-recolectores para asentarse en aldeas y cultivar los campos, dependiendo completamente y para siempre de ellos; justo en ese momento en el que el trigo hizo esclavo al Homo sapiens, y no al revés.
Como cuenta Martín Caparrós en Ahorita. Apuntes sobre el fin de la era del fuego, quizás sea verdad que poco a poco iremos desactivando al ser humano. Quizás, como ya se ha visto en cadenas de producción y en Wall Street, nos volvamos innecesarios. ¿Qué dirían las máquinas de nosotros si nos reemplazaran del todo? ¿Cómo contarían nuestra historia? ¿Cómo convivirían con esta automatización los países que no puedan pagarla?
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