La amenaza climática está cambiando la manera de pensar y hacer vino. En algunas zonas del mundo empieza a ser una cuestión de adaptarse o… ¿morir?
Diversity buffers winegrowing regions from climate change losses (La diversidad protege a las regiones vitivinícolas de las pérdidas causadas por el cambio climático). Ese título, aparentemente inofensivo, desató la voz de alarma a principios de año en la industria del vino. Leído así sin más podría incluso parecer un titular positivo: un atisbo de buenas noticias en el marco de un problema conocido. Pero lo cierto es que detrás de esa frase resuena una investigación que arroja predicciones dramáticas: hasta el 56% de la tierra vitícola actual dejará de ser adecuada para el cultivo de viñedos si el planeta se calienta dos grados centígrados, el límite superior establecido por el Acuerdo Climático de París. La pérdida de tierras aumentaría hasta el 85% si el calentamiento alcanzara los cuatro grados.
Al hilo de esas proyecciones, muchos medios lanzaron una pregunta al aire: ¿significa esto el final del vino tal y como lo conocemos?
Algo de eso hay.
Pero no está todo perdido.
El valor del cambio
Las cifras del estudio publicado en PNAS son una de las advertencias más crudas hasta la fecha sobre el tamaño del desafío climático que enfrentan los viñedos. Un desafío enorme que exige imaginación y respuestas. Un desafío, también, del que quizás podamos sacar lecciones que van más allá de las viñas. Porque, como dijo el viticultor Richard Smart hace ya algunos años, la industria del vino es el “canario en la mina de carbón para el impacto del cambio climático en la agricultura”.
“Se está trabajando muchísimo en relación al clima y sus cambios dentro de las bodegas, cada uno a su nivel”, asegura Agustín Santolaya. Como hombre de vino y director general de Bodegas Roda, ejemplo de sostenibilidad e innovación tecnológica entre las mejores bodegas españolas, él sabe mejor que nadie que los productores de vino no necesitan leer las advertencias del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático para sentirse ansiosos por el futuro. Gente como él, de hecho, viene anticipando ese complicado futuro desde hace más de una década.
“Es algo que se nota. No ahora, desde hace tiempo”, nos cuenta Santolaya. “Hemos visto que, cada década, el vino ha ganado practicamente medio grado. Cuando nosotros empezábamos con Roda en el 90, los vinos podían tener 13 o 13,5 grados. En el 2000, unos 14 grados. En 2010, 14,5 grados. Esto es una realidad innegable”.
La gradación del vino depende principalmente de la concentración de azúcar presente en las uvas. Esta, a su vez, depende mucho del clima. “Ahora, en Haro, en La Rioja, tenemos en febrero temperaturas medias que antes no veías hasta marzo”, explica Agustín. “Hay un calentamiento claro. Al haber más calor y al haber más sol, la uva madura más. Al tener mayor nivel de azúcares hay menos nivel de acidez”.
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El cambio climático provoca una falta de equilibrio entre la maduración tecnológica y fenólica de las uvas y, como consecuencia, el aumento del alcohol en los vinos, afectando potencialmente a su calidad. Y luego está esa proyección agorera: la idea incómoda de que, en algunas pocas décadas, las tierras que han sido cuna y casa de algunos de los mejores vinos del mundo podrían dejar de ser aptas para la viña.
¿Cómo reaccionar ante esa doble amenaza?
“Primero, con miedo, porque es la realidad, y asusta. Y luego actuando”, explica Santolaya.
“A nivel global hay distintas escuelas para enfrentarse a esto. Por un lado está la idea de buscar variedades de uva que tengan un ciclo más largo. Es decir, una variedad que necesite más horas de sol y que se pueda adaptar mejor al calentamiento. Hay otra escuela de pensamiento, que es de viticultura muy intervencionista, que lo que propone es un sistema de cultivo que plantee más sombreamiento para los parrales y más vigor, por ejemplo más riego. Luego hay otra escuela, que quizás es muy drástica, y que dice que quizás lo que hay que hacer es buscar latitudes más al norte. Y de hecho hay viticultores franceses que se han ido al sur del Reino Unido a trabajar”.
Cambiar de hábitos, e incluso migrar por culpa del clima. La gente, y las viñas. Ese es el futuro que nos espera.
Nuevos tiempos, nuevos caldos
Lo cierto es que las cosas están cambiando rápidamente en el mundo del vino. ¿Algunos ejemplos? El año pasado tuvo lugar una votación histórica para aprobar la incorporación de siete nuevas variedades de uva para vinos con denominación de origen Burdeos. La Familia Torres está plantando viñedos a 1.000 metros —un altura impensable hasta hace poco— en las laderas de los Pirineos. Compañías francesas como Taittinger y Vranken-Pommery Monopole han invertido en viñedos ingleses, en busca de suelos blancos calcáreos que son geológicamente idénticos a los suelos más preciados de la región de Champagne. Esos suelos han estado en Inglaterra por eones. Pero hasta hace poco, el clima era demasiado frío.
Pero esa búsqueda de nuevas tierras lejos del terruño histórico de cada uno no es una opción para todos. “En La Rioja no es algo que puedas hacer”, sentencia Santolaya. “La uva es el fiel reflejo de un paisaje. Es un ser vivo que capta hasta el más mínimo detalle de su entorno. El vino es una interpretación del paisaje en un entorno climático. Cada botella de Roda refleja nuestro paisaje. Esto es a lo que nosotros nos dedicamos: a embotellas paisajes”.
“La uva es el fiel reflejo de un paisaje. Es un ser vivo que capta hasta el más mínimo detalle de su entorno. El vino es una interpretación del paisaje en un entorno climático. Esto es a lo que nosotros nos dedicamos: a embotellas paisajes” – Agustin Santolaya
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Las viñas de Roda y de varias otras grandes bodegas de Rioja están en un entorno en el que hay tres climas superpuestos. La Sierra de Cantabria y la Cordillera Ibérica se funden en los montes Obarenes, una barrera montañosa atravesada por el río Ebro. Allí, el clima atlántico, el clima continental y el clima mediterráneo juegan caprichosamente entre valles y montañas. Quizás por eso, por estar ligados a esa confluencia única de influencias climáticas, en Roda enfocan la búsqueda de soluciones desde la misma tierra.
El ejemplo más claro de esa idea es su banco de germoplasma.
“Lo que hicimos en el año 98 fue apostar por preservar la biodiversidad de la variedad tempranillo, que es la variedad con la que hemos hecho grande a Roda. En aquellos años la normativa europea comenzó a favorecer los arranques de viñedos viejos para plantar viñedos jóvenes. Con una idea, yo creo que equivocada, de que iban a ser más rentables vitícolamente. ¿Qué ocurría? Que todo lo que se plantaba eran clones, seleccionados en base a un criterio de una producción bastante alta y una calidad mediana”.
Con cada viñedo que se arrancaba, se generaba una gran erosión genética.
“Había morfotipos que iban a desaparecer para siempre. Lo que quisimos fue hacer un gran arca de Noé, en la que tuviesen cabida el mayor número posible de morfotipos de tempranillo. Y así recogimos como 550 formas diferentes del tempranillo y las trasladamos a nuestro banco de germoplasma. Ahora estamos trabajando en un proyecto precioso que es, dentro de ese arca de Noé del tempranillo, estudiar qué morfotipos, que individuos, serán capaces en el futuro de adaptarse mejor al calentamiento. Mientras tanto nosotros hemos encontrado un buen compañero de viaje en la variedad graciano. Es una variedad también autóctona de La Rioja que tiene un ciclo mas largo”.
Plantar en lugares más fríos. Trabajar nuevas variedades de uva y morfotipos mas resistentes. Buscar dentro de los viñedos mejores orientaciones y un poco más de altura. Adelantar la vendimia. Avanzar hacia una viticultura mucho más sostenible, fomentando la biodiversidad y limitando la intervención química. Los expertos coinciden en que las opciones del buen vino en la lucha contra el cambio climático pasan por esas estrategias de adaptación. Pero se trata de una lucha incierta, en la que algunos creen que podría haber bajas importantes.
Alistair Nesbitt, por ejemplo, autor del primer doctorado en viticultura y climatología del Reino Unido, afirma que “hay interrogantes preocupantes en el horizonte para las regiones establecidas del mundo del vino”. Y esos interrogantes, llevados al ‘peor escenario posible’, podrían condensarse en una pregunta: ¿podría llegar el día en el que alguna de las grandes deniminaciones de origen pueda desaparecer debido a esa sustitución de tierras o de uvas que pueda exigir la lucha contra la crisis climática?
“Yo quiero ser optimista y creo que a medio plazo no va a pasar”, opina Isidro Palacios, director de campo y viticultura de Bodegas Roda. “Sí que creo que todos tendremos que adaptarnos tanto en las prácticas agronómicas como en el momento de vendimia como en el tipo de vino que vamos a hacer. Todo. A largo plazo… ¿qué va a pasar con la crisis climática? Nadie lo sabe. Es una incertidumbre. Pero, al menos nosotros, viviremos toda nuestra vida bebiendo Rioja”.
“Lo que sí pasará es que será un Rioja distinto, eso es evidente. Y lo mismo pasará con otras denominaciones”, matiza Santolaya. “Y hay una cuestión que es de paladar”, añade. “Porque al mismo tiempo que ha ido cambiando el producto, ha ido cambiando el consumidor. Va a tener que haber una adaptación mutua. Pero no por eso las bodegas estamos de brazos cruzados. Ya sabemos cuáles son nuestros problemas. Y estamos intentando por todos los medios poner soluciones”.
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