Si pudieras crear un nuevo hito en la historia de la humanidad, ¿con quién quisieras que te compararan? ¿Da Vinci? ¿Pasteur? ¿Rosa Parks? Bueno, al creador de ChatGPT, Sam Altman, le gusta verse como un Robert Oppenheimer.
Sabemos que Oppenheimer y Altman nacieron un 22 de abril. Sabemos que a Altman le gusta mencionar ese dato en sus entrevistas, parafrasear a Oppenheimer y comparar la magnitud de su organización, OpenAI, con la del Proyecto Manhattan.
También sabemos el nivel de destrucción que trajo la invención de la bomba atómica, lo que aún no sabemos es cuál será el legado que dejará la inteligencia artificial desarrollada por Altman. Y justo ahí surgen las inquietudes sobre el CEO.
Está claro el enorme impacto que ha tenido ChatGPT en los últimos dos años, pero la reputación de Sam Altman no está pasando por su mejor momento. Ha recibido reclamos de propiedad intelectual, cuestionamientos a su honestidad y renuncias masivas por su supuesto desinterés en la seguridad.
En noviembre de 2022, este software llegó al público y en sólo dos meses acumuló 100 millones de usuarios. La cifra es significativa porque se convirtió en el lanzamiento tech más exitoso hasta ese momento, pero su relevancia cultural es aún mayor.
Aunque la inteligencia artificial y la cultura pop ya habían tenido distintos puntos de encuentro a lo largo de la historia, ChatGPT llegó hasta el centro de la conversación pública y detonó una carrera tecnológica en la que participan todos los grandes players de Silicon Valley.
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Como nunca antes, la IA se volvió parte de las discusiones sobre qué le depara a la política, el trabajo, el arte, la educación y, en síntesis, el futuro de la humanidad.
Es natural detenerse a cuestionar quiénes son las personas detrás de las transformaciones que está detonando la tecnología. De hecho, así lo expresaba el propio Altman hace unos años: “Si yo no estuviera en esto, estaría preguntándome: ¿por qué estos %°@+# pueden decidir qué va a pasar conmigo?”.
Esa frase aparece en un perfil de Altman hecho por The New Yorker en 2016, cuando él brillaba como líder de Y Combinator, una aceleradora con la misión de convertir startups tecnológicas en empresas unicornio (valuadas en más de mil millones de dólares).
Pero más allá de los objetivos financieros, Sam Altman ya ambicionaba impulsar empresas con potencial transformador, desde salud y fisión nuclear hasta naves supersónicas.
De hecho, aunque OpenAI es hoy una compañía con inversiones de miles de millones de dólares, fue cofundada por Altman como una compañía de investigación sin fines de lucro, con el objetivo de crear una inteligencia artificial general para beneficiar a la humanidad.
“Algunos en el campo de la IA piensan que los riesgos son ficticios, nos encantaría que tuvieran razón, pero operaremos bajo la premisa de que estos riesgos son existenciales”, expresa la misión de OpenAI.
Hay algo paradójico en la concepción de OpenAI, una intención de crear aquello que tiene potencial para destruirnos y usarlo para salvarnos de esa destrucción. ¿Gracias?
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El pensamiento apocalíptico es algo muy real para Sam Altman. Durante una reunión casual de Y Combinator, le preguntaron cuáles eran sus hobbies y la respuesta dejó fríos a sus interlocutores.
“Me preparo para la supervivencia. Mi problema es que cuando mis amigos se emborrachan hablan sobre las formas en las que el mundo se va a acabar (…) Los escenarios más populares son ataques de IA y naciones combatiendo con armas nucleares por recursos escasos”.
Altman continuó explicando que intenta no pensar mucho en eso, “pero tengo armas, oro, yoduro de potasio, baterías, agua, máscaras de gas del ejército israelí y un gran terreno en Big Sur al que puedo volar”.
No suena alentador viniendo de alguien que de hecho está empujando un enorme salto tecnológico. Y menos cuando escuchamos a quienes construyeron OpenAI con él, como Jan Leike, director de Alineamiento hasta hace un par de semanas.
“Construir máquinas más inteligentes que los humanos es inherentemente peligroso”, publicó en X después de renunciar. “OpenAI está cargando una enorme responsabilidad a nombre de la humanidad. Pero en los últimos años, se han priorizado los productos brillantes sobre la cultura de seguridad y procesos”.
Junto a Leike y su equipo, renunció a la compañía su cofundador Ilya Sutskever. Estas salidas se dan unos meses después de que la junta directiva despidió a Sam Altman como CEO por no ser “consistentemente sincero”, pero cuando supieron que estaba negociando con Microsoft, decidieron devolverle la posición (sólo cinco días después).
Y por si la situación de OpenAI no fuera lo suficientemente incómoda, Scarlett Johansson reveló que Altman la buscó meses atrás para pedirle que fuera la voz de ChatGPT. Ella declinó y, sin embargo, ChatGPT presentó a Sky, su nueva voz que suena sospechosamente como la inteligencia artificial de la película Her, protagonizada por esa actriz.
Hablando de películas, el año pasado, el director Christopher Nolan presentó su obra biográfica sobre Robert Oppenheimer, en la que el padre de la bomba atómica es presentado como un personaje trágico marcado por la frase más popular del Bhagavad-Gita: “Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
Altman fue a verla y compartió su desilusión en X: “Esperaba que la película de Oppenheimer inspirara a una generación de niños a ser físicos, pero realmente falló en eso. ¡Hagamos esa película!”.
¿Qué historia le hubiera gustado contar a Sam Altman? Una historia de grandes desarrollos tecnológicos sin consideraciones éticas no pinta para traernos un final feliz.
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