¿Quiénes fueron Jenevive Lancia, Claudia Tjelt, Vera Schlosseneck, Alexia Zarna-Merchez, Claudia Nielsen, Vera Jarle, Elizabeth Leen Hoywfer, Finella Lorck y Elisabeth Leenhower? La respuesta: nadie. O mejor dicho: todas ellas fueron la misma persona y nadie a la vez. Todas encarnan el misterio de Isdal.
Todos esos nombres están relacionados con la conocida como ‘mujer de Isdal’, una persona que apareció muerta hace 46 años en el valle de Isdalen, una zona montañosa cercana a Bergen (Noruega) y de la que a día de hoy se sigue sin saber nada.
Esta es la estremecedora historia de la mujer que no era nadie, el mayor misterio sin resolver de la crónica negra de Noruega y uno de los casos sin resolver más extraños de Europa.
El 29 de noviembre de 1970, un hombre llamado Marcus se encontraba haciendo senderismo junto a sus dos hijas por el valle de Isdalen, una zona conocida por los locales como el Valle de la Muerte. Un nombre irónico para un lugar tan bucólico como ese, pero que anticipaba de forma certera lo que iba a ocurrir a continuación.
En un claro del bosque, las cenizas de una hoguera aún humeantes acompañaban el descubrimiento más macabro que ese pobre hombre hubiera podido imaginar. Un cuerpo desnudo y calcinado yacía rodeado de los objetos más extraños. Pastillas rosas para dormir. Una botella de licor vacía. Una cuchara de plata con el grabado borrado. Un almuerzo para llevar. Dos botellas de agua que olían a queroseno. Prendas de vestir con las etiquetas cortadas.
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La autopsia posterior reveló que el misterioso cuerpo pertenecía a una mujer, que había muerto por una combinación fatal de quemaduras y envenenamiento por monóxido de carbono. También se encontraron más de 50 pastillas dentro de su organismo y un moratón rodeaba su cuello, como si alguien hubiera intentado ahogarla. Además, las huellas dactilares de sus dedos habían desaparecido —habían sido eliminadas por lijado— y su boca tenía indicios de una cirugía bucodental reciente.
La versión oficial declaró que la mujer se había suicidado. Sin embargo, el caso no se cerró y la policía interrogó a más de 100 testigos que no parecían haber tenido más que un breve intercambio de palabras con la misteriosa mujer.
La autopsia posterior reveló que el misterioso cuerpo pertenecía a una mujer, que había muerto por una combinación fatal de quemaduras y envenenamiento por monóxido de carbono
Durante las semanas previas a su muerte la mujer estuvo alojada en varios hoteles de la zona y se le pudo escuchar hablar en varios idiomas, sin un acento definido. Se presentaba a sí misma como mujer de negocios o como anticuaria, pero poco más se sabía de ella.
El rastro de la mujer llevó a la policía hasta las taquillas de la estación de tren de Bergen, donde hallaron dos maletas que supuestamente pertenecían a la víctima. Allí encontraron nueve pasaportes, todos ellos con nombres diferentes. Jenevive Lancia, Claudia Tjelt, Vera Schlosseneck, Alexia Zarna-Merchez, Claudia Nielsen, Vera Jarle, Elizabeth Leen Hoywfer, Finella Lorck y Elisabeth Leenhower. Nueve identidades con las que esta mujer logró dejar nueve nueve rastros diferentes, para acabar no dejando ninguno claro.
Pelucas, una postal, ropa con las etiquetas cortadas, cucharas de plata similares a la encontrada en la escena del crimen, gafas sin graduar, 500 marcos alemanes y 130 coronas noruegas eran algunos de los objetos que acompañaban a los pasaportes.
Pero quizás el más importante de todos los objetos era un pequeño cuaderno negro con anotaciones escritas en código numérico. Parecía ser el diario de viaje de la mujer. Allí se recogían los hoteles que había visitado desde el 20 de marzo hasta su fallecimiento el 29 de noviembre. Pero, lamentablemente, no daba más pistas.
Recreación de las inscripciones del diario de la mujer
La policía continuó su búsqueda y distribuyó carteles con su retrato robot por las principales ciudades de Noruega. Incluso contactaron con el autor de la postal que la mujer guardaba en la maleta: un fotógrafo italiano. El hombre confesó que la había llevado a cenar una noche pero que no pudo averiguar mucho de la enigmática mujer. A él le contó que era una anticuaria de Sudáfrica, nacida a las afueras de Johanesburgo y que estaba visitando Noruega como parte de su viaje de seis meses por Europa.
En las maletas encontraron 9 pasaportes, todos ellos con nombres diferentes. Nueve identidades con las que esta mujer logró dejar 9 nueve rastros diferentes, para acabar no dejando ninguno claro
Pasó el tiempo y la policía no pudo llegar a ninguna conclusión sobre la muerte de esta mujer por lo que el caso se enfrió. Se decía que era una espía, una estafadora o una ladrona internacional víctima de un ajuste de cuentas. A su funeral asistieron solo 18 personas, muchos de ellos agentes de policía y su cuerpo fue enterrado en una tumba anónima.
Nadie sintió su pérdida, nadie lloró durante su entierro.
La policía guardó en sus archivos todos los bienes, los retratos robots y las fotografías de la mujer misteriosa, esperando que quizás algún día alguien de su familia los reclamara. Pero ¿quién va a reclamar algo de alguien que no existe?
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Tuvieron que pasar más de 30 años para que se arrojara un poco de luz sobre el caso. En 2003 un nuevo personaje irrumpía en la historia. Se trataba de un excursionista que días antes del hallazgo del cadáver de la mujer de Isdal se encontraba haciendo senderismo por esa zona.
Era 24 de noviembre de 1970 y este joven vio a una mujer corriendo por el sendero, con el rostro desencajado por el terror. Cuando se cruzaron, la mujer dijo algo que el chico no pudo descifrar. Pero la mujer huyó, perseguida por dos hombres con abrigos negros. El hombre contaba años más tarde que cuando se enteró de la noticia del cadáver encontrado en el valle de Isdalen, rápidamente contactó con la policía. La imagen del retrato robot tenía un inquietante parecido con la mujer con la que se había cruzado en el bosque.
Sin embargo, las autoridades se mostraron indiferentes ante su historia y le dieron un consejo: olvídala.
“Ha sido despachada. El caso nunca se resolverá”.
Aquellos policías tenían razón. 46 años más tarde, la identidad de la mujer de Isdal sigue siendo un completo enigma.
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