Maria ‘Masha’ Alyokhina, integrante del colectivo de performance activista Pussy Riot, ha logrado escapar de Rusia. Era su tercer intento de fuga desde que en septiembre de 2021 fuera condenada a un año de libertad vigilada.
Con la ayuda de amigos, la activista ha conseguido llegar a Lituania. Desde Vilna, Alyokhina ha concedido una entrevista a The New York Times en la que relata su angustiosa escapada.
Han pasado 10 años desde la sonada acción de Pussy Riot en el Templo Catedralicio del Cristo Salvador (Redentor) del Patriarca de Moscú, y Alyokhina, la única condenada por aquella ‘plegaria punk’ que decidió quedarse en Rusia, se había acostumbrado a vivir permanentemente perseguida y silenciada.
Desde principios de 2021, la activista ha sido detenida casi una decena de veces (por cosas como manifestarse a favor de Alexei Navalny o por “desobediencia a la autoridad”). Desde el verano pasado ha sido encarcelada seis veces (cada vez por 15 días) y ha pasado tres meses bajo arresto domiciliario. En septiembre, un tribunal de Moscú la condenó a un año de “restricciones a la libertad”, una pena que la llevó a vivir permanentemente vigilada. Pero algo cambió en la conciencia de Masha (así la llaman sus amigos) en abril.
En sintonía con el endurecimiento de la actividad represiva ejercida desde el Gobierno de Putin, las autoridades anunciaron que el arresto domiciliario se convertía en 21 días de prisión en una colonia penal. Masha decidió entonces que era el momento de abandonar el país —al menos de forma temporal— y sumarse a los miles de compatriotas que han huido de Rusia desde que comenzó la invasión de Ucrania.
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El apartamento en el que se hospedaba Alyokhina en Moscú estaba permanentemente vigilado por la policía. ¿Cómo salir del edificio sin levantar sospechas? Masha dejó su móvil para que no pudiera ser rastreado. Luego, se vistió un uniforme verde y una mochila de repartidor de comida que le habían facilitado amigos. Así salió de la vivienda. Nadie la paró y nadie la siguió.
Tras librar ese primer escollo, un amigo llevó a Alyokhina en coche hasta la frontera con Bielorrusia. Logró entrar al país vecino sin grandes problemas. Pero allí las cosas no fueron tan sencillas.
Privada de su pasaporte ruso al estar bajo arresto domiciliario, la activista intentó pasar a Lituania con su identificación nacional rusa y una visa lituana. No funcionó. A esas alturas de la jugada, el nombre de Alyokhina ya formaba parte de la lista de “personas buscadas” facilitada por el Kremlin. Los guardias fronterizos bielorrusos la retuvieron en la frontera durante seis horas, para al final devolverla a Rusia.
Pocos días después Masha volvió a intentarlo. Esta vez, el funcionario de fronteras de turno le negó el paso y simplemente le insistió en que se fuera por donde había venido.
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A la tercera, sin embargo, fue la vencida. Durante los días que Masha pasó escondida en Bielorusia, el artista islandés Ragnar Kjartansson convenció a un país europeo (no se sabe cuál) para que emitiera un visado especial que permitiera a Alyokhina moverse por Europa con un estatus similar al de una ciudadana de la Unión Europea. Kjartansson introdujo el documento en Bielorrusia de contrabando. Con ese papel en la mano, Alyokhina tomó un autobús rumbo a Lituania. Hubo controles, pero nadie le puso pegas esta vez. “Ha sido muy mágico”, reconoce la activista al rotativo estadounidense, “como una novela de espías”.
Las integrantes de Pussy Riot (colectivo que a día de hoy incluye a una docena de personas) se han ido reuniendo en Vilna durante las últimas semanas para preparar su gira europea. Arrancará el 12 de mayo en Berlín y tendrá como objetivo recaudar fondos para ayudar a Ucrania.
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