En su nueva novela, Melissa Ashley explora la vida de Marie d’Aulnoy, autora de ‘cuentos de hadas’ mucho más radicales y adultos de lo que los hermanos Grimm nos han hecho creer
Es 1699, y los salones de París bullen con la energía creativa de un puñado de mujeres con ganas de pensar más allá de su época. Mujeres independientes que escriben y leen y se escuchan y hablan sobre sus ansias y deseos. Pero fuera de esas puertas de los cafés y las alcobas donde se reúnen, las fuerzas patriarcales de Luis XIV y la Iglesia Católica se están moviendo para frenar sus libertades. En esta precoz batalla por la igualdad, la baronesa Marie Catherine d’Aulnoy inventa un arma poderosa: cuentos de hadas.
“En el imaginario popular, los cuentos de hadas evolucionaron exclusivamente a través de la tradición del folclore oral, pasando a la imaginación de los niños durante siglos de recuentos junto al fuego”, cuenta Melissa Ashley. “Pero esta historia es un mito”.
Ni recolecciones de historias ancestrales, ni para niños, sostiene Ashley. “Los cuentos de hadas fueron inventados por la sangre azul y el sudor impregnado en pomadas de una camarilla de escritoras francesas del siglo XVII conocidas como las conteuses”.
Sabe de lo que habla, porque lo ha investigado. Su nueva novela, The Bee and the Orange Tree, se inspira en la vida de d’Aulnoy y rememora, a su manera, el momento histórico en el que surgieron aquellos primeros cuentos de hadas modernos en su versión literaria. Cuentos que preceden a los esfuerzos recolectores y editores de Charles Perrault o los hermanos Grimm. Porque antes de la Cenicienta, La bella durmiente, Caperucita o Hansel y Gretel existieron en papel Finette Cendron, La Bella de los cabellos de oro o La princesa Rosette. Y aquellas eran unas fábulas diferentes a los “cuentos para niños” que conocemos.
Más heroínas y menos héroes
Hagamos un breve ejercicio de memoria histórica. En los últimos años del reinado de Luis XIV, la sociedad francesa se había vuelto peligrosamente conservadora. “Las mujeres vivían vidas profundamente limitadas. La mayoría se veían casadas en matrimonios arreglados para proteger la propiedad familiar, a menudo con hombres muchos años mayores que ellos”, rememora Melissa Ashley. Las mujeres, entre otras cosas, no podían divorciarse ni trabajar ni controlar sus propias herencias. Mientras a los esposos se les permitía ser infieles, ellas podían ser enviadas a un convento durante años como castigo ante el simple rumor de haber cometido adulterio. Las mujeres eran menores a ojos de la ley. O eran propiedad de sus padres o sus esposos. Fue en ese medio opresivo que los cuentos de hadas cristalizaron como género.
“Marie d’Aulnoy sintió que era su deber poner al descubierto el potencial oscuro y picante de las mujeres sin temor a sus propias mentes”.
Cuando d’Aulnoy llamó a sus obras contes de fées, originó el término que ahora se usa generalmente para el género. Ella es la más prolífica e influyente autora de aquellos salones literarios de la atribulada Francia de finales del XVII, pero no la única. Junto a ella, la condesa Henriette–Julie de Murat, Mademoiselle L’Héritier y Madame Charlotte-Rose de la Force se ocuparon de imaginar aventuras que usaban la exageración, la parodia y referencias a otras historias populares para agitar las convenciones que limitaban la libertad y la agencia de las mujeres.
Las conteuses incorporaban en sus narraciones motivos de los mitos clásicos y de las historias de caballería medieval, cruzaban las fábulas morales de La Fontaine con ideas absorbidas de las novelas de escritoras hoy consideradas feministas como Mademoiselle de Scudéry o Madame la Fayette. Sus cuentos eran complejos, cargados de detalles extravagantes y diálogos, y su moral ambigua. Buscaban una audiencia de adultos educados.
Las críticas al patriarcado se colaban entre las líneas. Sus reyes y sus padres eran ineficaces, pasivos, irrazonables o brutales. En sus sus pequeños reinos se invertían los roles de género: las mujeres frágiles que antes dependían de un héroe para verse “salvadas”, aparecían reposicionadas como agentes de sus propios destinos.
En el caso particular de Marie Catherine d’Aulnoy, uno de los temas centrales de su obra fue la crítica del matrimonio arreglado. Algo que ella misma sufrió.
Lo cierto es que su vida es digna de película. Valgan cuatro pinceladas como muestra de una historia mucho más compleja. Marie Catherine nació en el seno de una familia noble. Fue entregada en matrimonio cuando tenía 15 años al barón d’Aulnoy, François de la Motte, 30 años mayor que ella. A los 22 tuvo que huir de Francia tras urdir un plan, junto a un supuesto amante y su propia madre, para deshacerse de su marido acusándolo falsamente de un delito de lesa majestad. Tiempo después de quedar viuda, el rey de Francia Luis XIV accedió a concederle su perdón en 1685, lo que posibilitó su regreso a Francia. A cambio, se cree que Marie tuvo que ejercer como espía al servicio del monarca francés.
Fue entonces, de vuelta en la corte de París, con todo ese equipaje vital rebotando en sus sienes, cuando se dedicó a escribir aquellos cuentos de hadas subversivos. Cuentos que en su momento tuvieron una importante respuesta, pero que el tiempo ha colocado lejos del cajón de la gloria reservada para otros grandes escritores de cuentos de hadas.
La de las conteuses es una historia olvidada que debe ser contada de nuevo. Una historia de empoderamiento y sororidad en la que las mujeres escritoras invitaron a sus lectores a imaginar una mayor libertad frente a sus destinos despojados de agencia. Y lo hicieron con cuentos barrocos y alambicados. Cuentos que invitaban a las mujeres a ser autoras, cada día, de los esfuerzos humanos más esenciales: poder elegir cómo vivir, y a quién amar.