La fascinación de Damien Frost por las subculturas y su singularidad aparece una tarde de 1980 en Sydney. Un grupo de punks old-school caminan por los suburbios de la ciudad con porte marcial, a pesar del tremendo volumen de sus crestas. Todos llevan a los hombros bikers de cuero negro saturadas de tachuelas. Desde su ventana, un joven Damien los observa: “aquel día quedé fascinado por lo underground y la idea de ‘lo otro’”.
Empezó a acompañar a su padre a espectáculos en los que trabajaba como ingeniero de sonido. De camino cruzaban Kings Cross, cuando todavía era un lugar “turbio, con mala fama”, recuerda. “Siendo un niño, los colores, las prostitutas, los motoristas y las drag queens de aquella calle me impactaron demasiado”.
«Me gusta la fotografía que quita el velo al mundo y muestra algo que normalmente no vemos”
Esa disconformidad con lo establecido lo llevó a fotografiar a “criaturas fascinantes de la noche”. Cuando termina un día de trabajo y baja el telón como director de arte en el mundo teatral, recorre cámara en mano la escena club, transgresiva y queer de Londres “para capturar a las exóticas y desconocidas personas que emergen de las sombras. Me gusta la fotografía que quita el velo al mundo y muestra algo que normalmente no vemos”.
Dramática y surrealista, su obra escruta el alma de quienes son retratados —a pesar del protagonismo estético: “Intento documentar lo que hay más allá del maquillaje y el atuendo. A menudo la gente sólo ve un vestido colorido o un disfraz, pero es mucho más que eso. Es la manifestación artística más profunda de estos seres, con la que exploran su intimidad y con la que se expresan al mundo. Es una forma de vida”.
La pandemia sometió la escena nocturna a una parálisis indefinida y obligó a Damien a pensar distinto. “Sentí la necesidad de plasmar la reclusión en la que nos encontramos. Al principio pensé en incluir a todo tipo de individuos encerrados en su casa, pero me di cuenta que la mayoría de personas cercanas a mí no sabían cómo utilizar bien una videollamada. No quería arriesgarme con cualquiera, y entonces decidí probar con la comunidad drag y queer. Creí que era importante resignificar su performance desde el ángulo que permite la coyuntura actual”.
De imprevisto, encontró una peculiar conexión entre la fotografía en la calle y a través de un iPad: “Normalmente no sé a quién me voy a encontrar al otro lado de la pantalla, y eso es todavía más emocionante. En este sentido, refleja los retratos que solía tomar ahí afuera, porque también eran resultado de un encuentro random en algún club”.
Damien no es el único que ha tenido que adaptarse a las circunstancias. Los personajes de esta ocurrencia digital han visto sus vidas truncadas por completo. “Como freelancer perdí todos mis proyectos, y tampoco puedo optar a las ayudas económicas del gobierno de Inglaterra. Me siento como en una montaña rusa a nivel emocional. Intento mantenerme ocupada diseñando nuevas cosas, como esta máscara de conchas. Así estaré preparada para romperla en escena cuando todo acabe —si es que aún hay una escena”, cuenta Charlie Wood desde su casa en Londres.
«Las comunidades LGBTQI han sido marginadas desde siempre, orilladas al aislamiento, mucho antes de que ningún virus nos encerrarse a todos en casa»
El aislamiento permite a Damien traspasar fronteras y capturar un caleidoscopio de personalidades internacionales. Élan D’Orphium vive en España y también perdió su empleo. Volvió a vivir con su familia en Bilbao porque no puede permitirse un espacio independiente. Lo mismo le ocurrió a Le Menestrel: “Justo antes de esta crisis empecé a trabajar como makeup artist y estaba buscando mi lugar en la industria. Ahora no puedo ganar dinero, así que tengo que vivir con mi madre en París para no pagar facturas”.
La comunidad LGBT+ sufre discriminación sistemática por motivos de orientación sexual e identidad de género. Según las Naciones Unidas, más de 60 países criminalizan todavía hoy esta diversidad, pero en todo el mundo se pueden encontrar intentos de silenciarla, invisibilizarla e, incluso, eliminarla.
Para muchas de estas personas, la vida antes de la pandemia ya era un reto. “El otro día leía cómo las comunidades LGBTQI han sido marginadas desde siempre, orilladas al aislamiento, mucho antes de que ningún virus nos encerrarse a todos en casa. Muchas personas no cuentan con apoyo familiar ni con quien les respalde si las cosas se ponen feas”, manifiesta Damien.
“La comunidad queer con la que he estado en contacto en este proyecto ha sido fuertemente afectada por esta crisis. Son seres sociales que dependen de la vida nocturna. Muchos han perdido su empleo. Conseguirlo de nuevo supone, en ocasiones, un doble esfuerzo, simplemente porque decidieron vivir su vida como la sentían. Un proyecto como este me permite compartir algunas de estas historias y crear consciencia”.
«Veo el aislamiento como una oportunidad para preguntarme ¿quién quiero ser?, ¿qué hará que mi vida valga la pena?»
Amy Kingsmill, una de las caras del proyecto, lo corrobora: “Todo esto está siendo un reto. Como performer, la muerte de la industria del entretenimiento me ha golpeado fuerte. Es un momento de mucha ansiedad, porque no me llega para pagar la renta ni con la ayuda del gobierno. Pero intento sacar lo mejor de mi misma compartiendo arte y positivismo en redes sociales”.
A pesar de los inconvenientes y la incertidumbre, los retratos de Damien proyectan que esta comunidad mantiene su esencia: histriónica, genuina y espectacular. Su estética única —incluso en confinamiento— imprime el misterio con el que solía desfilar por el revalorizado Vauxhall. “Soy una persona extremadamente optimista, extrovertida, de gentes. No hay día que no vea al menos a 50 personas. Por suerte, he descubierto nuevas formas de utilizar la tecnología para llenar el vacío actual, ayudando a mi persona interior, S.A.S, a brillar por sí misma”, relata S.A.S. (Suffocated Art Specimen) desde India.
«Veo el aislamiento como una oportunidad para preguntarme ¿quién quiero ser?, ¿qué hará que mi vida valga la pena? Por ello, estoy tomándome en serio mi carrera de diseño. También dragueo mascarillas médicas. Es una forma de sentirme menos solo en mi casa: cada mascarilla es un personaje con su propia historia”, explica Quentin Hidrio desde la bretaña francesa.
Las instantáneas que captura Damien se alejan en fondo y forma del icono fotográfico digital por antonomasia: la selfie. Una detallada puesta en escena y el esmero en cristalizar el carácter de cada personaje convierten cada imagen en una experiencia onírica. La influencia de pintores como Caravaggio o Odd Nerdrum, fotógrafos como Gordon Parks, Bill Henson o Richard Avedon y el trabajo conceptual de Sophie Calle balancea el resultado final.
«Ese feedback instantáneo de la audiencia en redes sociales puede someter el arte a los «me gusta» y dirigirlo hacia un un lugar común»
Cuando le pregunto si le preocupa la cultura fast food generada entorno a la fotografía, la que nos ha precipitado a reaccionar sin reflexionar, argumenta: “Creo que ese feedback instantáneo de la audiencia en redes sociales puede influenciar el arte que estamos produciendo y hacerlo esclavo de los «me gusta» que genera. Sin duda, esto puede influenciar a un artista y dirigirlo hacia una dirección más populachera, hacia un lugar común. La fotografía debería revelar y descubrir algún tipo de verdad oculta y crear nuevos sueños, ser honesta. Las selfies, por ejemplo, son todo lo contrario. Nos alejan de eso”.
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