Fragmento de LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL O EL DESAFÍO DEL SIGLO. Anatomía de un antihumanismo radical, de Éric Sadin, editado por Caja Negra
Podría llamarse Audrey, Kaylee, Jasmine o Kimiko. Tendría aproximadamente cuarenta años, dos hijas cursando la secundaria y estaría divorciada según un régimen de tenencia compartida. Viviría en una ciudad francesa promedio, una capital del norte de Europa, o en Johannesburgo, Chicago, o alguna metrópolis asiática. Durante unos diez años habría ocupado un cargo como asesora financiera dentro de un grupo bancario internacional. La reducción de los empleados por la presión de la competencia y la racionalización en aumento de los métodos gerenciales habría llevado al departamento de Recursos Humanos a despedirla pese a sus servicios leales y sus excelentes informes de desempeño anuales. Hasta ahí, habría gozado de un tren de vida confortable que le hubiera permitido, gracias a un préstamo, comprarse un apartamento de dos habitaciones en las afueras, aunque cerca del núcleo urbano, privilegiar una alimentación sana, salir cada tanto con sus hijas o con sus amigos y regalarse todos los años algunas semanas de vacaciones junto al mar. Pero desde que la despiden, su vida cotidiana se vuelve más austera. Envía decenas de currículums, recibe numerosas cartas alabando sus competencias pero señalando que no corresponde con exactitud al perfil que se busca. Comienza a sentir dudas sobre su futuro profesional, sobre su capacidad para asumir cargas. La va invadiendo insidiosamente una depresión latente.
Pero sabemos que después de la crudeza del invierno llega el radiante orecer de la primavera. Un buen día, recibe un mensaje de texto que le indica que tiene una entrevista de trabajo para el día siguiente. A pesar de su nerviosismo, se prepara del mejor modo posible, se preocupa por repasar y luego sintetizar aquellos puntos que juzga primordiales. Desde que se despierta, se prepara minuciosamente asesorada por su hija mayor, que entiende de estilos en el vestir. Dos mujeres y un hombre la reciben con cordialidad. El puesto tiene que ver con la venta de contratos de seguros de vida a particulares. Se le formulan varias preguntas, principalmente de orden técnico. Quizás a veces muestra dudas o se toma algo de tiempo para responder, pero sus palabras siempre son sensatas y apropiadas. Un súbito rayo de sol ilumina su rostro, revelando una expresión afable.
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Una vez terminada la conversación, le avisan que próximamente se comunicarán con ella. Inmediatamente después, discuten su caso. Dos personas consideran que parecía invisibilizada, o que manifestaba una reserva quizás perjudicial. La tercera argumenta que esos rasgos serían molestos si sus palabras hubieran sido inconsecuentes, pero pasó exactamente lo contrario. Esa persona piensa que lo que observaron es un signo de escucha y de apertura a los otros, y que eso es lo que se está pidiendo hoy en día, es decir, saber sostener una relación con los potenciales clientes construida con autenticidad y empatía; además, su trayectoria juega a su favor. Finalmente, se aprueba su postulación. Festeja la feliz noticia en familia, en un restaurante de su barrio que les gustaba frecuentar. Todos celebran con alegría ese momento de renovación.
Seguimos hablando de ella. Tomamos el mismo caso de referencia, pero los hechos tienen lugar mucho más recientemente, o quizás mañana mismo. Esta vez la mujer ya no se molesta en enviar cartas de postulación: su asistente digital, que la conoce mucho mejor, se ocupa de dialogar con distintos agentes conversacionales y transmiten, a demanda, todo tipo de información relativa a su protegida. En un momento dado, ve una notificación que le sugiere conectarse sin demora a la plataforma Pymetrics. En la página de acceso, distingue un panel donde hay doce juegos en los que debe participar sucesivamente. En uno, por ejemplo, hay que tocar la pantalla cuando aparece una bola roja sobre la imagen; en otro, hay que desplazarse por medio del índice a lo largo de un laberinto; en otro hay que clasi car cartas de la baraja según reglas que hay que decodificar intuitivamente. Una vez cumplidas todas las tareas asignadas, aparece un mensaje: “Nuestros ejercicios fueron elaborados en base a estudios de la ciencia del comportamiento unánimemente reconocidos. Nos permiten recolectar, en tiempo real, cientos de miles de millones de datos que miden objetivamente noventa rasgos de su personalidad, tales como la creatividad, la adaptabilidad, la reactividad, la flexibilidad, los niveles de atención, la perseverancia o las capacidades de decisión. Estos test, que surgen de nuestra cultura de la innovación permanente, hacen posible una selección eficaz, predictiva, no sesgada, y perfectamente ajustada. Con su puntaje, tenemos el placer de anunciarle que usted ha sido seleccionada para pasar al siguiente nivel de la evaluación”.
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Ve la imagen digital de un pingüino que le sonríe de oreja a oreja y le declara, con una voz cuasi infantil, que se llama Recrutello. El pingüino le pregunta por sus gustos, sus hobbies, sus aspiraciones, hasta algunos de sus sueños más íntimos. Le pide que deletree rápidamente y sin confundirse todas las letras del alfabeto, que cante una melodía de su elección, y finalmente que use todo su poder de seducción para incitarlo a un encuentro inmediato usando las palabras justas y dirigiendo su mirada más cautivante al visor de su smartphone. El intercambio se interrumpe de repente y aparece una leyenda donde se le agradece su disponibilidad. Se cierra de modo entusiasta: “Buscamos la más perfecta concordancia en todo”. La mujer se siente muy desconcertada: nunca tuvo que adaptarse a semejante formato. Algunos instantes más tarde, le envían un informe de la evaluación: “Luego de su presentación en esta conversación aumentada, lamentamos informarle que, pese al alto grado de compromiso y sus innegables capacidades proactivas, no quedó seleccionada porque no la consideramos compatible con Recrutello. Su sensibilidad demasiado acentuada le impediría responder con la determinación requerida a los objetivos operacionales que se definen día a día en los war rooms matinales, y le imposibilitaría integrarse plenamente a la task force que opera en el lugar. Le aconsejamos trabajar sobre la neutralización de sus inclinaciones expresivas”. Una lágrima de tristeza resbala de sus ojos mientras recibe una propuesta de una empresa start-up que le ofrece un mes de abono gratuito para utilizar un coach virtual especializado en mejorar las competencias emocionales.
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