No nos maquillamos para arreglarnos, porque nada en nosotras está roto. Pero muchas veces el maquillaje -la suavidad de los polvos sobre la piel o el labial sobre la boca- nos ayuda no sólo a salir al mundo y sus adversidades sino también a enfrentarnos con nosotras mismas, nuestros fantasmas y nuestros dolores y a abrazar nuestras pasiones.
Maquillarse tiene efectos que van mucho más allá de las apariencias. Por ejemplo, un estudio de la universidad de Chieti, en Italia, y de la Harvard Medical School, de Estados Unidos, muestra que el maquillaje ayuda a que tengamos más confianza en nuestra inteligencia. Hace ya mucho tiempo que la comunidad científica documentó cómo el maquillaje tiene efectos físicos sobre la autoestima.
Frente al espejo, las mujeres solemos mirarnos en fragmentos, como si fuéramos una de esas criaturas de la época cubista de Picasso. Nos enfocamos en los ojos, la boca, el mentón. De cerca examinamos la textura de la piel, la manera en la que caen nuestras cejas, el largo de las pestañas o el tamaño de la nariz (un estudio hecho en Estados Unidos reveló que la mayoría de las mujeres odian su nariz).
Dejar de lado esa mirada fragmentada sobre nosotras mismas es un paso que tenemos que dar. No somos una nariz, un par de ojos, unas cejas demasiado finas. Imaginemos, entonces, qué sucede cuando a esa mirada fragmentada, se suman las huellas y las marcas que la vida -con sus dolores, sus amores, sus alegrías y sus tristezas- va dejando en nuestras caras.
Un poco de máscara, algo de base y rubor pueden cambiar la vida de una mujer que está pasando un mal momento de salud. En esos momentos, el maquillaje puede convertirse en una herramienta más de la terapia: no es novedad que estar de buen ánimo es un aspecto clave de cualquier tratamiento.
Lucía Díaz lo sabe perfectamente. Ella coordina el programa Luzca bien, siéntase mejor, desarrollado en distintos puntos de Argentina con el objetivo de que las mujeres en tratamiento oncológico recuperen el amor propio perdido.
“Esta iniciativa devuelve a las mujeres con cáncer la posibilidad de verse bien y sentirse mejor. Eleva su autoestima y les brinda un espacio de encuentro y acompañamiento con otras mujeres que pasan por la misma situación”, expresó en una entrevista con el diario argentino La Nación.
Este programa que hoy se da en 22 países nació en Estados Unidos en 1989, cuando una mujer en tratamiento oncológico no quería salir de su casa y sólo aceptó hacerlo hasta después de maquillarse.
Las mujeres podemos maquillarnos para una fiesta, para una selfie en redes sociales, para ir al almacén a hacer compras o incluso para trabajar solas en casa, toda la tarde frente a la computadora con la boca roja y las pestañas bien arqueadas. Pero el maquillaje es mucho más que eso, no es solo un ritual de belleza sino otra cosa, más profunda y vital que nos conecta con nosotras mismas.
Cuando no estamos bien, cuando la vida se pone demasiado dura con nosotras, maquillarse se parece más a una ceremonia de fuerza y poder. Maquillarse para reencontrar la fortaleza que por momentos creemos perdida, pero sigue ahí, en nosotras mismas.