Ruairí McSorely empezaba a perder la esperanza de salir de su aventura con vida, cuando de repente sintió una presencia en el agua
“Simplemente me dejé llevar por el momento y me tiré al agua. Eso es todo”. Ruairí McSorely describe así el comienzo de una travesía que pudo costarle la vida.
Sucedió el pasado 22 de agosto. Ese día, McSorely, de 24 años, se acercó temprano a la playa de Castlegregory, al suroeste de Irlanda. Desde allí vio a lo lejos el Faro de Fenit, situado en la pequeña isla Samphire, y decidió nadar hasta él, sin saber muy bien la distancia que le separaba de aquel lugar.
El joven no avisó a nadie de su repentino plan. Se quitó la ropa, la dejó en la arena, y se lanzó al mar. Pero aquello no era un simple chapuzón.
La peligrosa travesía
A McSorely le esperaban más de 5 millas náuticas (cerca de 10 kilómetros) de trayecto hasta el faro, y otras tantas de vuelta. Un auténtico ‘maratón de natación’ en aguas abiertas, solo apto para personas entrenadas y habituadas a nadar largas distancias. McSorely no era ninguna de esas dos cosas.
Según su propio relato, el joven saltó al agua antes de las 8 a. m. de aquel domingo de agosto. “Simplemente me metí en el agua y nadé, nadé y nadé. Pensé que sería una buena manera de desafiarme a mí mismo”, relata en una reciente conversación con The Sun.
Tras muchas horas de esfuerzo, McSorely logró llegar al faro. “Me detuve a flotar en el agua en un par de etapas en el camino. Cuando llegué, lo celebré durante unos 20 minutos y después comencé a nadar de regreso”, explicó el joven a The Kerryman.
Ahí, en el camino de regreso, es cuando empezaron a fallarle las fuerzas.
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Los delfines de la guarda
Durante su travesía de vuelta, McSorely comenzó a sentirse cada vez más débil y a sufrir los efectos de la hipotermia. Empezó a tener problemas cuando aún se encontraba a más de dos millas náuticas de la playa (unos cuatro kilómetros). Pero entonces algo pasó.
Justo cuando empezaba a sentirse realmente exhausto, notó la presencia de algo a su alrededor. Varias criaturas marinas comenzaron a rodearlo. En un primer momento creyó que eran tiburones preparando su ataque. En realidad se trataba de una manada de delfines.
Aquella inesperada presencia animó a McSorely a seguir braceando. De repente dejó de sentirse tan solo, tan desamparado. Los delfines comenzaron a nadar a su lado. Y ese séquito no sólo insufló fuerzas al joven nadador. También facilitó su rescate.
“Es un milagro”
Para suerte de McSorely, un vecino de Castlegregory había dado la voz de alarma muchas horas antes. El hombre encontró un montón de ropa en la playa y, al no ver a nadie en los alrededores, ni en tierra ni en el agua, avisó a las autoridades. “Creo que quien avisó de mi desaparición no estaba seguro de que fuera yo, pero sí estaba seguro de que se trataba de una misión suicida. Eso o simplemente que me había vuelto loco”, ha contado Ruairí.
La guardia costera, en conjunto con la ONG Royal National Lifeboat Institution (RNLI), había iniciado ya por la mañana un operativo de búsqueda. Finbarr O’Connell, la persona al cargo de la embarcación de RNLI, intentó estimar la ubicación aproximada de McSorely gracias a un ejercicio que realiza de manera regular con un maniquí: lo arroja al agua de la bahía y estudia su deriva por la corriente. Sus cálculos resultaron certeros. Y los delfines ayudaron a la localización.
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La tripulación del bote de RNLI ha explicado que se percató primero de la presencia del grupo de cetáceos. Aquello llamó su atención. Cuando se acercaron a los animales notaron que allí estaba también McSorely, nadando entre ellos al límite de sus fuerzas. Eran las 20.15 p. m. y estaba “peligrosamente hipotérmico”.
“Tuvo mucha, mucha suerte. Su temperatura corporal era muy baja. Otra media hora más en el agua, y habría muerto. Ninguno de nosotros o los médicos que le atendieron pueden creer que sobreviviera”, contó el capitán O’Connell a Irish Independent.
Una cara conocida
La noticia del rescate de Ruairí McSorley ha tenido un especial eco en Reino Unido porque el chico fue, hace ya unos años, un pequeño fenómeno viral.
En 2015, un McSorley aún adolescente se convirtió en un meme viviente tras ser entrevistado por un reportero de televisión cuando iba camino de la escuela. Era un día de mucho frio y nieve, y su manera de hablar, con un marcado acento norirlandés, causó sensación en las redes. Muchos aún le recuerdan como ‘Frostbit Boy’.
https://twitter.com/WizardDirt/status/1430480388028207108
Han pasado los años, pero McSorley no ha perdido su sentido del humor. Al parecer, lo primero que les dijo a los rescatistas después de que le sacaran del agua helada fue: “No tendré que pagar por esto, ¿verdad?”.
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