La paradoja del feminismo rosa de Barbie ha llegado para revolucionar; pero también para vender muñecas
La película de Barbie, dirigida por Greta Gerwig y protagonizada por Margot Robbie, ya se ha convertido en el acontecimiento cinematográfico del año por la gran campaña de expectativa y conversaciones que se han generado en las redes sociales.
Los tráilers apuntan a una historia de liberación con tendencias feministas; pero aún sin conocer la trama, ya podemos decir que este estreno está generando un rescate global de la feminidad.
Tacones altos, uñas cuidadas, pelo peinado, looks impecables, pero sobre todo el color rosa por todas partes. Estos símbolos son la mayor representación de la ultra feminidad; a pesar de que durante las últimas décadas hemos sido concienciados para no darles importancia.
Y la carga negativa que llevan consigo procede de una larga historia de misoginia, que de forma compleja se cuestiona con el lanzamiento de la película de Barbie.
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EL ROSA ES COSA DE CHICAS
La asociación del color rosa con el género femenino es mucho más complicada de lo que se puede suponer. Hasta el siglo XIX, la ropa de los niños (e incluso los propios niños) no se asociaba a géneros en la cultura occidental.
Los niños y las niñas llevaban largos vestidos blancos, que si bien representaban la pureza, aportaban la practicidad de poder blanquearse sin desteñirse y transferirse entre hermanos y hermanas.
Según la historiadora Valerie Steele, los colores se separaron en niños y niñas como una forma de publicidad –al igual que muchas imposiciones de género que todavía tenemos en la sociedad– para vender más ropa y artículos infantiles.
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Y como la mayoría de las maldiciones culturales que nos ha traído el marketing, esta oleada empezó en Estados Unidos entre 1890 y 1900. Pero entonces aún no había consenso: algunas tiendas vendían ropa azul para las niñas y rosa para los niños, y otras hacían lo contrario.
Curiosamente, el azul se describe en los textos de la época como un color delicado y angelical, mientras que el rosa se asociaba a la agresividad.
En una entrevista concedida a la cadena CNN en 2018, Steele explicó que la creencia de que el rosa siempre ha sido un color femenino y el azul masculino empezó a cimentarse en 1920, cuando Henry Edwards Huntington, un magnate del ferrocarril, compró dos cuadros del siglo XVIII por una cantidad desorbitada de dinero.
Los cuadros, ‘Blue Boy’ (que representa a un niño vestido de azul) y ‘Pinkie’ (una niña vestida de rosa), son de artistas diferentes; pero como se compraron juntos y eran tan caros, acabaron en los periódicos contribuyendo a cimentar los colores que ahora determinan las fiestas del té.
ODIAMOS A LAS CHICAS
Desde el momento en que entendemos el rosa como un color femenino, podemos rastrear una historia de negatividad asociada a este color dentro de la cultura pop.
Salvo contadas excepciones (Elle Woods, siempre serás famosa), cuando un personaje de una película viste predominantemente este color podemos esperar que sea una villana o un alivio cómico, quizá con rasgos de tontería, falsedad e incluso promiscuidad.
El rosa sólo se permite –e incluso se impone– a las niñas, que con suerte abandonarán el color a medida en que vayan creciendo. Esto es un reflejo de la imposición tan limitada de la feminidad que es establecida en la sociedad patriarcal.
Las mujeres tenemos que ser femeninas, pero no demasiado. Tenemos que navegar entre márgenes muy estrechos de lo que es aceptable o no para una mujer. Fuera de los confines de la infancia, todo lo que esté intrínsecamente relacionado con la ultrafeminidad se considera ridículo.
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— ໊ (@addictionmargot) July 10, 2023
En su vídeo ‘Dear Stephenie Meyer’, en el que analiza el odio desproporcionado dirigido a la saga Crepúsculo, la ensayista y escritora Lindsay Ellis reflexiona sobre esta relación.
«Nosotros –y con ‘nosotros’ me refiero a nuestra cultura– odiamos en cierto modo a las adolescentes. Odiamos su música, odiamos sus insulsas trampas, odiamos su vanidad, odiamos sus selfies, odiamos su maquillaje, odiamos sus estúpidos libros, a los actores sexys que han hecho famosos y a sus estúpidos vampiros brillantes. Y luego nos preguntamos por qué tantas chicas están tan ansiosas por distanciarse de ser objeto de escarnio social», dijo Ellis.
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La hiperfeminidad disgusta, sobre todo, porque no está hecha para los hombres. Las estrictas normas sobre el aspecto que debe tener una mujer existen para determinar nuestro nivel de atractivo a ojos masculinos.
Y una mujer que se niega a ser atractiva para los hombres queda automáticamente excluida. En este contexto, el rosa se convierte en un color de resistencia.
Desde hace algún tiempo intentamos abrazar y reformular estos símbolos femeninos, y un aliado inesperado en esta reapropiación ha sido TikTok, o mejor dicho, los creadores de esta red social.
Tendencias como ‘Barbiecore’ y ‘Bimbocore’ han abrazado sin ironía el mundo rosa cálido, asociando la hiperfeminidad con ideales progresistas y la defensa de las libertades individuales.
En 2022, un artículo de Insider definía el movimiento como «una declaración feminista». Y aunque ha ido creciendo de forma orgánica, es innegable que el ‘Barbiecore’ ha explotado incluso con el fenómeno de la nueva película de Barbie.
LA VIDA EN PLÁSTICO, ES FANTÁSTICA
Desde que en junio de 2022 se filtraron las primeras imágenes del rodaje de Barbie, las redes sociales han abrazado sin ironía todo lo relacionado con la película.
Los trajes rosas, las nostálgicas reproducciones de los accesorios de la muñeca en la vida real, la oficialización de ‘Ken’ como un simple «accesorio» de la verdadera protagonista, todo ello ha resonado en una generación de mujeres, de todas las edades; muchas de las cuales crecieron teniendo que reprimir u ocultar su afecto por el universo femenino.
La elección de Margot Robbie, una de las mayores y más exitosas celebridades del Hollywood actualmente, también ha sido esencial para este reencuadre.
La actriz se apropió del personaje con pasión y ha lucido con elegancia y sofisticación desde los looks más clásicos hasta los más caricaturescos de la muñeca durante el tour de marketing de Barbie.
Ver la hiperfeminidad interpretada con orgullo y confianza nos ha dado permiso para abrazarla también. No sólo el reparto de la película, sino también influencers y periodistas se pintan las uñas, se peinan y se ponen su mejor look rosa para cubrir la película. Es un fenómeno que va más allá del cine.
Queda por ver qué mensajes traerá la película de Barbie. Existe la expectativa de que sea simplemente una película divertida y nostálgica para un público cansado de las películas de superhéroes; pero también existe la presión para que sea un himno feminista sin matices, lo cual es poco realista.
La propia existencia de la muñeca Barbie ya conlleva cuestiones que son imposibles de disociar de la marca, como los inalcanzables cánones de belleza y el consumismo. Pero las ideas opuestas pueden coexistir, y la paradoja del feminismo rosa de Barbie ha llegado para revolucionar; pero también para vender muñecas.