Desde que el ‘Gen’ fue descubierto en el siglo XVIII, su historia ha estado repleta de hallazgos fascinantes, pero también de manipulaciones y nefastos malentendidos
Jennifer Doudna, la premio Nobel de Química, se levantó un día en mitad de la noche aterrorizada y empapada de sudor frío. En la pesadilla que acababa de tener, un colega de profesión le decía que alguien —una persona muy especial— deseaba conocerla de inmediato. De camino al encuentro, su colega le siguió explicando que su contacto estaba a punto de empezar un proyecto, una iniciativa en la que quería probar el último descubrimiento de la científica. Ella estaba emocionada. Al entrar en la sala y saludar efusivamente, Jennifer se encontró a una figura de espaldas, frente a la ventana, que proyectaba unas sombras hasta la puerta. Ella le empezó a hacer gestos, y nada. No se movía. Cuando volvió a decir hola, el personaje finalmente se dio la vuelta y reveló, para su pasmo, su rostro: era Adolf Hitler.
¿En qué consistía el descubrimiento científico por el que sentía tanto interés el Adolf Hitler de las pesadillas de Doudna? La científica había desarrollado, junto a Emanuel Charpentier, un método al que llamaron CRISPR/Cas9. Cas9 es una nucleasa, una enzima especializada en cortar ADN. Y esa proteína es la base de CRISPR/Cas9, una tecnología de ingeniería genética que permite cortar y pegar las letras del genoma humano. O lo que es lo mismo: editar y manipular nuestros propios genes para curarnos de enfermedades o mejorar nuestros cuerpos.
Las aplicaciones potenciales de esa tecnología son casi infinitas. Por ejemplo, según la ciencia genética, en el futuro podríamos cambiar nuestro color de ojos, volvernos a hacer crecer el pelo, o hacernos más fuertes y altos. Es, por tanto, una tecnología que, en manos de alguien como Hitler, podría transformar el mundo en la peor de las distopías fascistas.
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En el mito griego, Zeus castigó al titán Prometeo por robar el fuego de los dioses y dárselo a los mortales. Gracias a aquella pesadilla, Jennifer Doudna no quiso correr la misma suerte: antes de darle el fuego de los dioses a la sociedad, decidió, junto a un grupo de expertos mundiales en genética, impulsar una moratoria de cinco años. Razonó que, para prevenir las posibles consecuencias de esta nueva tecnología, la humanidad debía antes debatir sobre las cuestiones éticas, biológicas y políticas que plantea semejante poder. Como le dijo el tío Ben a Peter Parker (aka Spiderman), “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
Jennifer Doudna no pasará únicamente a la historia como una de las científicas que desarrollaron CRISPR/Cas9. Doudna pasará a la historia por haber sido consciente de sus efectos secundarios y, sobretodo, por haber puesto coto a la experimentación sin límites y a la implantación comercial de esa tecnología. Una auténtica heroína de nuestros días.
Desde que el ‘Gen’ fue descubierto en el siglo XVIII por el fraile benedictino Gregor Mendel, su historia ha estado repleta de hallazgos fascinantes, pero también de manipulaciones y nefastos malentendidos.
El caso más paradigmático fueron los experimentos eugenésicos del Tercer Reich. Los nazis utilizaron la nueva ciencia para discriminar sin fundamento científico las supuestas razas superiores de los considerados ‘no aptos’ o de ‘razas inferiores’. Su proyecto político y eugenésico, al que llamaron «Higiene Racial», llevó al asesinato de 11 millones de personas antes y durante el holocausto. Judíos, gitanos, homosexuales fueron asesinados en los campos de concentración y exterminio. Pero también decenas de miles de alemanes considerados ‘inferiores’ y ‘sin valor’ —desde discapacitados físicos y psíquicos a enfermos incurables, personas con deformidades, ancianos o enfermos mentales, considerados un lastre para la sociedad— fueron asesinados en el marco de programas de exterminio, enmascarados bajo el término ‘eutanasia’, como el infame Aktion T4. No en balde, la palabra ‘genocidio’ está intimamente emparentada con la palabra ‘Gen’. Palabras que, juntas —como ocurre con los genes del abecedario de las letras del ADN— pueden tener efectos devastadores.
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Si el siglo pasado fue la época del Átomo y del Bit —descubrimientos que nos trajeron los semiconductores, los ordenadores e internet, además de la bomba atómica y la polarización de las redes sociales—, el siglo XXI será, sin lugar a dudas, la era del Gen. Por todo ello, quise charlar con Salvador Macip, doctor en Genética Molecular, director del laboratorio de la Universidad de Leicester y autor de varios libros de divulgación científica como Inmortales y perfectos o Jugando a ser Dios. Quise preguntar a Salvador por el CRISPR/Cas9, por la historia del Gen, pero sobretodo por todas sus implicaciones potenciales y las preguntas tan hondas que despierta:
¿Es ético manipular el coeficiente intelectual de tu bebé recién nacido?
¿Qué significará ser “humano” cuando hayamos alcanzado la inmortalidad biológica?
Si el Crispr es una tecnología tan fácil de poner en práctica —un científico amateur podría crear un laboratorio en su propio hogar—, ¿cómo detendremos los posibles ataques de terroristas bacteriológicos del mañana?
En un momento en el que se especula que el covid-19 fue una invención de un laboratorio de Wuhan, en China, estas cuestiones son más urgentes que nunca.
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